Neal Stephenson es un autor capaz de presentar una ideas apabullantes, con un conocimiento exhaustivo de la materia sobre la que desarrolla sus novelas y una capacidad de narrativa que puede trasnformar el infodump más árido en una entretenidísima charla TED en la que aprendes sin darte cuenta. Pero me temo que con sus últimos libros, está perdiendo esta capacidad, porque cada vez son más largos y pesados de leer.
Me ha costado mucho trabajo finalizar Fall, or Dodge in Hell. La premisa de la vida después de la muerte mediante la virtualización y la singularidad tecnológica es apasionante y algunos de los párrafos dedicados a esto en el libro son una maravilla especulativa, sobre todo la relación entre la capacidad de cálculo y las necesidades físicas de los servidores, en aspectos como la refrigeración y la propia energía eléctrica. Pero es que está rodeado de tanto relleno que la novela parece una muñeca pepona.
La parte dedicada a la propia “vida” en el mundo virtual es insufrible. Las descripciones de cómo se va decidiendo cómo funciona cada hoja, cada piedra, cada rayo del luz… no es que le haga falta tijera, es que ni con una motosierra se puede una adentrar en ese proceloso laberinto de palabras. Me gustan las referencias a la mitología clásica, pero en este caso la transposición de figuras tampoco me convence. Y qué decir de la parte final, en la que diversos personajes se van de “aventura” (a hacer una “quest”) con un regusto a RPG trasnochado que tira para atrás.
El narrador del audiolibro, Malcolm Hillgartner, que se ha ganado su salario bien ganado con las 32 horas que ha tenido que locutar, tiene una voz que me recuerda a los documentales doblados de la dos. Te envuelve y te acompaña, haciendo la escucha en sí una experiencia agradable.
Me resulta imposible recomendar esta obra. Neal Stephenson sin supervisión y con un procesador de texto es una de las mayores amenazas actuales para la selva amazónica.