Las naves generacionales son un recurso muy conocido en la ciencia ficción, ya sea como único medio de transporte “realista” para colonizar otros mundos o como escenario estanco en el que desarrollar una narración que se alargue en el tiempo.
Después de la decepcionante 2312, no las tenía todas conmigo a la hora de ponerme con Aurora, pero Kim Stanley Robinson al menos es garante de especulación con rigor científico y me apetecía algo así.
En este aspecto, el autor cumple sobradamente. Las explicaciones tanto de las necesidades biológicas, de combustible, de dirección… de un nave de estas características se explican con gran claridad.
Sin embargo, la voz escogida para la narración, una primera persona del plural algo cambiante me parece un recurso algo tramposo, para hacer un infodump a lo bestia en el más puro estilo ensayo científico. Que es algo que nos gusta leer, pero la ciencia ficción no se basa solo en las ideas y en la exposición, también tiene que ocurrir algo, tiene que haber una historia.
Esta parte es en la que flojea Aurora. Unos personajes tan interesantes como Devi y Jochi están muy desaprovechados, mientras que Freya, algo así como su heredera espiritual, recibe casi toda la carga de la historia, aunque tampoco es que esta carga sea excesiva.
La novela se podría dividir en dos partes claramente diferenciadas, siendo la primera bastante al uso en cuanto a su desarrollo y su objetivo y la segunda más original e imprevista. Creo que está segunda parte, con sus dudas morales y sus decisiones al límite le da más empaque a Aurora, aunque tampoco consigue hacerla destacar.
Si te interesa el tema de las naves generacionales ésta es un correcta novela sobre el tema (ni es la peor ni es la mejor), pero no consigo encontrar otra razón por la que destacarla entre el aluvión de buenos libros de ciencia ficción de este 2015.