Aunque la primera entrega de esta saga me había parecido entretenida, es cierto que algunos detalles no habían terminado de convencerme. Parece como si Megan O’Keefe hubiera leído la reseña y hubiera tomado nota cuidadosamente, pues esos puntos de inocencia y credulidad desaparecen en unos personajes mucho más curtidos y desarrollados, pero sin que desaparezcan las revelaciones y las conspiraciones que formaban el entramado de Velocity Weapon.
La novela continúa la historia que se había desarrollado en la primera entrega de la serie, pero con una apuesta bastante arriesgada ya que desaparece de escena uno de los dos personajes principales que con su presencia sustentaba gran parte de la historia. No conforme con esto, se introducen algunos personajes nuevos que tienen que entrar en la dinámica de forma muy acelerada para cumplir su papel, quizá no fundamental pero sí relevante. O’Keefe sale airosa de ambos retos, en parte debido a la atractiva personalidad de Sandra, con quien ya habíamos empatizado por su minusvalía que realmente no es impedimento en ningún momento y también por el valor que despliega la panoplia de secundarios con los que interactúa.
Me ha gustado especialmente la forma en que se van descubriendo los planes del “archienemigo” y su justificación moral. Quizá en algunos momentos el libro se convierta en una especie de correveidile con los constantes desplazamientos entre localizaciones convenientemente situadas que quizá no sean necesarias (o sí) para que avance la historia. También el personaje de Biram se va desdibujando un poco, borrado de la novela por la arrolladora personalidad de su hermana y con una subtrama amorosa que parece un poco forzada.
Aunque por supuesto la historia continuará en el siguiente libro, esta vez la autora ha conseguido darle un cierto cierre a este capítulo de la saga, aún con muchos hilos pendientes de resolución. Así, parece un libro completo y no solo el prólogo de los siguientes.