A veces hay que arriesgar al escoger una lectura, salirse del camino conocido y experimentar con nuevos autores. Es un ejercicio sano, aunque de lugar a decepciones tan tremendas como este Drop by Drop.
La premisa de la que parte el libro es que por alguna razón desconocida, los plásticos empiezan a derretirse. El plástico está presente en casi todos los elementos que utilizamos en nuestro día a día así que me esperaba un mundo en proceso de descomposición y abocado a la destrucción.
Y sin embargo, el proceso por el que los compuestos químicos se deterioran es tan azaroso como conveniente para la autora. Hay cosas que sí se estropean, como los bolígrafos, pero hay coches relativamente modernos que siguen funcionando, porque claro, los manguitos de esos motores deben estar hechos de tungsteno o algo recio, como buen coche americano que se precie. Nada más comenzar la lectura esta aleatoriedad en la destrucción me mosqueaba. Pero ese no era el principal problema.
El ámbito al que se circunscribe la narración es demasiado local, dejando fuera las tensiones propias de las grandes ciudades. En el pueblo en el que se desarrolla la acción, hay bastantes personajes, pero están todos cortados por la misma tijera del estereotipo puro y duro, y acartonados como si les hubieran duchado el almidón. Resultan insufribles en su petulancia y en su previsibilidad.
Al principio del libro viene el que podría considerarse protagonista, a pesar de ser una obra coral, una especie de McGuiver aventurero que viene al pueblo cual vaciacorrales a pasar una temporada con su tía, la del banco. Esa tía del pueblo no es otra que la loca de los gatos que hay en toda población que se precie, pero oye, trabaja en el banco, así que cuando deja de funcionar la informática y tiene que hacerse todo con papel y lápiz, se pone a conceder créditos a diestro y siniestro con el aval de la confianza en la gente del pueblo y cobrando en flores si hace falta. (No me estoy inventando nada, esto es tal cual). Se ve que esta mujer no ha oido hablar de la crisis de los tulipanes.
En el mismo pueblo hay una empresa química avanzadísima, que se dedica a vender “componentes” que pueden tener “otros usos” en el mercado armamentístico. Pero esa misma empresa tiene una seguridad tan irrisoria que se pueden colar cinco niños que son de la piel de Barrabás y provocar un accidente mortal. A ver, si dejas las probetas y los elementos químicos ahí a mano, ¿quién se puede resistir?
Como digo, en el pueblo hay de todo. También hay un anciano que al quedarse viudo debe haberse pasado muchas hojas jugando al Fallout, porque no se le ocurre otra cosa que montarse un refugio nuclear él solico en su casa. Un poco de pico y pala y ya tenemos el “vault” montado para cuando haga falta. Menos mal que hay gente así de previsora en el mundo, si no, nos quedábamos sin libro (sin humanidad también, pero esto es un tema secundario).
Como buen trasunto de Corín Tellado que se precie, hay hijas y nietas secretas que se desvelan en el momento más inesperado para cobrar la parte de la herencia correspondiente. Hay películas de Antena 3 al mediodía con menos carga dramática que un capitulo de este libro.
Os recomiendo encarecidamente mantener una distancia de al menos cincuenta metros alrededor de este libro. No tocarlo ni con un palo, vamos. Y menos si el palo es de plástico.