Desde Nevsky Prospects, los Womack llevan casi cinco años haciendo difusión de la literatura fantástica rusa con cuidadas traducciones y ediciones. Marian Womack ha escrito para El Fantascopio este interesante artículo sobre las escritoras rusas de literatura fantástica.
Nadie puede negar que el género de la novela detectivesca rusa tiene en el extranjero un representante claro, Borís Akunin, un autor que ha exportado con éxito las aventuras de un detective muy particular, mezcla de Sherlock Holmes y Dupin, experto en artes marciales, políglota, y francamente encantador. Sin embargo, pocos lectores saben que, dentro de las propias fronteras rusas, es una autora, Alexandar Marínina quien ostenta el récord indiscutible como la superventas en el género en el que, desde la distancia, Akunin parece reinar en soledad. Y Marínina no está sola: otras escritoras como Daria Dontsova, Polina Dashkova o Tatiana Póliakova, son autoras muy reconocidas dentro de esa rama de la novela detectivesca que tanto gusta a los rusos, y que tan bien ha sabido exportar Akunin, caracterizada por la producción de obras de género de corte “clásico” de alta calidad literaria, así como de gran éxito comercial en un país, Rusia, de grandes lectores. No es raro ir en el metro de San Petersburgo o Moscú y ver alguien leyendo una novela de alguna de estas autoras, que venden no miles, sino cientos de miles de libros. En definitiva, las grandes damas de la novela detectivesca en Rusia son mujeres.
Esto esboza un paisaje que podría resumirse de la siguiente manera: tenemos, por lo tanto, un país de grandes lectores, donde se venden muchos libros, y donde el lector medio no desprecia el género acompañado por la alta calidad literaria. En este caso, la situación de las escritoras rusas de fantasía y ciencia ficción solo puede considerarse una anomalía. Al contrario de lo que ocurre con el género detectivesco o el thriller, las escritoras rusas de fantasía y ciencia ficción no ocupan un espacio importante en el discurso literario contemporáneo ruso, ni en el discurso que podríamos llamar “normalizado”, ni tampoco en los foros de literatura especulativa. El número de mujeres que se dedican en Rusia al fantástico y a la ficción especulativa es considerable; sin embargo, el mapa de la literatura rusa actual aún no ha sabido darles su lugar merecido. No existe en Rusia una autora que haya cosechado un éxito equivalente al de, por ejemplo, Dmitri Glujovski, autor de Metro 2033 (2009), Andréi Rubánov (Clorofilia, 2009), o Serguéi Lukanienko, autor de la serie de novelas Nightwatch, adaptadas al cine en la conocida trilogía. Rusia siempre ha sido un territorio fértil para la ciencia ficción. De sobra es conocido que la ideología soviética, al igual que otros regímenes totalitarios, abraza la ciencia ficción como modo de reeducar al pueblo. El asunto es algo más complejo, como es lógico; pero basta saber que novelas como Estrella Roja o Aelita (Nevsky Prospects, 2009 y 2010) contaban con el beneplácito de las altas esferas al considerarse vehículos apropiados de difusión ideológica.
El contexto actual da una nueva vuelta de tuerca a la utilización de la ficción especulativa por parte de las nuevas generaciones de escritores rusos. Los recientes sucesos en Crimea y Ucrania, el resurgimiento, sino de un nacionalismo que ha estado siempre allí, sí de un patriotismo que vuelve a ser exacerbado, nos recuerdan que Rusia es un país en el que la política, la economía y otras macro-estructuras recrean un paisaje del día a día incierto y violento. Si a esto sumamos la realidad de la censura, de la represalia a la voz disidente, no resulta extraño que muchos escritores hayan regresado a un género que les permite abordar de forma metafórica ciertas cuestiones en un entorno, el literario, más seguro en cierta medida que el periodístico, por ejemplo. Muchos de los autores mencionados provienen del periodismo, y esto no es casualidad.
Anna Starobinets (1978- ) se formó como periodista y ha trabajado en los principales periódicos de su país. Starobinets quizá sea la autora de fantasía y ciencia ficción más destacada en las letras contemporáneas rusas, con una obra que demuestra una capacidad digamos clásica en su forma de utilizar el género como un vehículo para tratar asuntos más complejos y definitorios de una sociedad como la rusa, encapsulando dentro de un imaginario muy personal problemas contemporáneos de tal manera que logra que su esencia se revele con los más sutiles mecanismos posibles. Por ejemplo, el relato que da título a Una edad difícil (Nevsky Prospects, 2011) retrata a cierto nivel los miedos que sufren todos los padres a la llegada de la adolescencia de sus hijos, aunque dicha ansiedad se encuentre filtrada a través del paradigma del relato de terror sobre un niño cuyo cuerpo es conquistado por un hormiguero. De igual forma, el relato que da título a su próxima colección de relatos, La glándula de Ícaro (octubre de 2014 en Nevsky Prospects), se sirve de la descripción agridulce de un divorcio en un futuro cercano para proponer cuestiones fundamentales sobre los problemas inherentes a la masculinidad en el mundo actual, así como ensayar una posible respuesta a la pregunta de Freud “¿qué quieren las mujeres?”. Todo esto puede sonar algo árido, pero la escritura de Starobinets se caracteriza por ser intensamente empática; o, más bien, la autora logra un ejercicio de humanidad sublime mediante una aparente distancia que no es otra cosa que una delicada y engañosa técnica que desconcierta al lector. Su primera novela, Ubézhische 3/9 (primavera del 2015 en Nevsky Prospects), es una fantasía que reposiciona tropos tanto del horror como del cuento de hadas dentro del relato de un núcleo familiar que se desmorona. De igual modo, varios relatos de Una edad difícil exploran las complejas y perturbadoras relaciones familiares como sitios del horror moderno, de la profunda alienación que es uno de los principales temas de su obra. En esto destaca Starobinets, en realizar lecturas desoladoras de los problemas de los seres humanos en universos posibles, mientras el lector se retuerce en el sillón al ver plasmadas sus ansiedades más cercanas, hábilmente sacadas a la luz por la autora. A diferencia de los grandes temas épicos, las tramas de aventuras y las lecturas distópicas a gran escala ensayadas por los autores varones mencionados más arriba, Starobinets busca acercarse a un ámbito más intimista, incluso cuando elucubra tramas a mayor escala como en El Vivo (Nevsky Prospects, 2011), novela en la que las relaciones y tribulaciones personales a nivel tanto cibernético como real se revelan como una preocupación más intensa para la autora que la trama mesiánica que estructura la novela. De nuevo hay un interés más profundo y menos evidente en una temática alternativa que merece la pena explorar.
Las escritoras rusas de fantasía y ciencia ficción destacan en esta búsqueda activa de lo oculto, de lo sutilmente humano, para sacarlo a la luz, y para ello utilizan recursos muy variados. Otra autora digna de mención en este sentido sería María Galina, cuyas novelas son tal vez más abiertamente humorísticas y menos intelectuales que las de Starobinets, pero que adopta una estrategia similar de utilizar las ideas fantásticas para expresar problemáticas muy reales, en su caso relacionadas con los problemas mundanos de sus protagonistas. Su novela Givi i Shenderovich (2004), es una fantasía que sigue la estela de las 1001 noches, en la que un pequeño empresario (un “mercader de furgón” que va entre Turquía y Odesa comprando y vendiendo mercancía) de la época actual es transportado de forma mágica a una ciudad medieval imaginaria, Iram. La estructura de los relatos dentro de otros relatos, que nos recuerdan a la serie de Catherine Valente The Orphan’s Tales (2006-2007) o a Shadowbridge (2008) de Gregory Frost, está tintada en el caso de Galina por un inesperado y fresco sentido del humor y la sátira, que desmarca la novela del goticismo habitual en este consabido tropo literario de las “cajas chinas”. Es interesante que Galina haya concebido su última novela, Medvedki, como una obra de corte más realista; no obstante, aún se estructura siguiendo una expresa trama de corte mitológico. Es obvio que escapar del fantástico es más difícil de lo que pudiera parecer. Sería imposible hablar no ya de la escritura femenina fantástica rusa contemporánea, sino simplemente del estado del género en sí, sin mencionar una novela clave, 2017 (2006), de Olga Slávnikova, una obra que está destinada a convertirse en un clásico del género. Novela política, filosófica, se trata tal vez de la obra más reciente que podríamos considerar hermanada a los valores estéticos de la generación de los simbolistas rusos de principios del siglo veinte liderada por Andrei Bieli. No obstante, 2017 es quizá la novela que mejor representa la preeminencia del “modo fantástico” en la literatura rusa actual. Apoyándose en la tradición de los cuentos de hadas rusos, en particular en el legado del folklorista soviético Pavel Bazhóv, la novela parte de una premisa en apariencia realista, ya que trata el conflictivo ámbito de la minería de rubíes, así como el tema del eterno retorno de la Revolución de 1917, de tanta actualidad estos días. Pero también contiene apariciones, mitología y altas dosis de una especie de género fantástico “al amor de la lumbre” para transmitir dichas ideas y preocupaciones.
Lo que están haciendo todas estas autoras, al hilo tal vez de la sutileza de predecesoras como Liudmila Petrushévskaia, es abordar problemáticas que dejan de lado la construcción ideológica para tratar otras esferas de la experiencia. Si durante el periodo soviético la fantasía se utilizaba o bien para escapar la censura y hablar sobre temas que serían imposible de mencionarse o incluir en un discurso literario normativo, o bien para difundir ciertas ideologías, tal vez sea el caso de que en la actualidad los problemas ideológicos no conforman una parte tan constituyente de la literatura contemporánea rusa, al menos por ahora. Las escritoras de ciencia ficción especulativa abordan no ya el ámbito “doméstico”, como podría pensarse de forma reduccionista, sino más bien el humano, retratando las ansiedades y problemáticas de la Rusia a pie de calle, esbozando la influencia negativa de ciertas ideas de largo alcance en el día a día. Solo hay que leer el último artículo de Anna Starobinets, publicado ayer mismo, en el que utiliza el análisis de una versión teatral española de Caperucita roja para realizar un inteligente comentario sobre las expectativas y restricciones del actual gobierno ruso dirigidas directamente al ámbito doméstico, a la familia, concibiendo un hermoso argumento de libertad creativa e ideológica. La fantasía, al parecer, puede ayudarnos a alcanzar la libertad.
Marian Womack