Este es uno de los pocos libros que he releído últimamente y le debo el empujón para la segunda lectura al próximo episodio de The Spoiler Club, en el que aprovecharemos la traducción al castellano de Nevsky Prospects para comentar este libro y ponerlo en relación con algunos autores de relatos en castellano como Cristina Fernández Cubas y Ángel Olgoso. Antes de eso quiero reseñarlo, en parte para ordenar mis ideas antes del programa.
Segunda visita a Jagannath
La edición española de Jagannath, muy cuidada tal y cómo nos tienen acostumbrados desde Nevsky Prospects, tiene detrás una historia peculiar. Karin Tidbeck escribió la edición original de la antología en su sueco natal y se encargó ella misma de traducirla al inglés. Esa fue la edición que leí en su momento y la que he vuelto a releer ahora, prestando también atención a la edición de Nevsky. La curiosidad radica en que Tidbeck tiene una versión preferida para cada cuento, en sueco o en inglés, y es esa la versión traducida en la edición española, que consecuentemente es el resultado de la labor de dos traductoras: Marian Womack para las versiones en inglés y Carmen Montes Cano para las versiones suecas. Lo mejor de cada caso, en definitiva, y aunque si tengo que elegir me quedo con la fluidez de la traducción de Womack, lo cierto es que ambas han hecho un trabajo encomiable para comunicar la elegancia y la sutileza de Tidbeck. “Las historias funcionan de formas diferentes en diferentes idiomas”, decía Tidbeck en el epílogo de la edición en inglés, y “obligarte a pensar en el significado exacto de cada frase evita que caigas en la tentación de escribir en piloto automático”. Algo similar le pasa al lector que se enfrenta alternativamente a una u otra traducción, que intuitivamente reconoce que la pluma detrás de las frases no es única.
Leído por segunda vez, Jagannath me sigue pareciendo tan enorme como la primera y se mantiene como una de mis antologías de autor único favoritas. El planteamiento de los relatos va desde lo fantástico hasta lo maravilloso, por recuperar una distinción clásica que me han recordado últimamente en algunas charlas de David Roas, con un abanico que abarca historias de ambigüedad sutil —en las que que la posibilidad de lo sobrenatural depende de la interpretación del lector— y otras ambientadas en mundos secundarios o entornos cercanos a la ciencia ficción. Si el invento funciona, claro, es gracias a la habilidad de Tidbeck en el manejo del lenguaje y de los recursos de la narración. El resultado global tiene una personalidad muy marcada y una voluntad de hacerte leer entre líneas ante el que estoy indefenso. That’s my cup of tea, que dirían los ingleses. A nivel temático los intereses de Tidbeck son variados y lo largo del libro aparecen y desaparecen de forma recurrente. Probablemente uno de los más evidentes sean la fascinación con el folclore nórdico, que aparece a menudo con planteamientos inquietantes que le han granjeado a Tidbeck una etiqueta de New Weird que a mi me parece básicamente equivocada, tanto por voluntad de estilo, hasta donde alcanzo a discriminar, como por intención narrativa. A lo largo de sus cuentos Tidbeck explora emociones, el imaginario sueco y, de hecho, el papel de la fantasía en la vida cotidiana, usando para ello dosis liberales de surrealismo.
Cuento a cuento
De hecho el surrealismo marca el inicio del volumen, con un relato de amor bastante perturbador entre un hombre y un zepelín en el que esa es la relación más normal que se describe. El relato funciona a nivel literal y le perjudica un poco el notable esfuerzo de credulidad que requiere por parte del lector, pero en primera instancia sorprende y no me parece un mal principio para una antología que tiene mucho más que dar que la historia de la zepelín Beatrice. Igualmente surrealista es Herr Cedeberg, un cuento simple y hermoso que deslumbra un momento y poco más, aunque me gusta su progresión y el momento (“La niebla relució. Cerró los ojos”) en que la fantasía hace su entrada de forma definitiva. Cartas a Ove Linström, el segundo relato de la antología, me ataca con la guardia baja porque recurre a una de mis debilidades: la narración epistolar (en forma de diario también vale). Me gusta la evolución de la narradora carta a carta, con una imagen recurrente de su madre que cambia sutilmente en cada iteración a medida que sus emociones evolucionan, y la progresiva sustitución de la nostalgia por una especie de resentimiento de tono amargo. También es un cuento más sutil de lo que parece en un primer momento y, en ese momento, os recomiendo leerlo primero y pensar luego cuántos recuerdos de la madre tiene la protagonista. Se puede elegir si se lee en clave realista o no y soy incapaz de decidir cual es la opción más atractiva. Esa ambigüedad también está en un relato curiosísimo que tiene que haber costado traducir: La señorita Nyberg y yo. ¿Qué es cierto? ¿Qué es inventado? Es un relato metaliterario al que se puede acusar de engañoso. “Entonces caigo en la cuenta de que nunca te he contado la historia de Brun“, para luego confesar que “se convirtió en un relato al que nunca logré dar fin: me atasqué en el final”. ¿Qué está explicando, entonces? Y sin embargo esa es, para mi, la auténtica gracia del relato. Tidbeck revisita varias de las ideas del relato con bastante menos fortuna, en mi opinión, en Mermelada de mora ártica, un relato complaciente y poco sutil del que destacaría algunos de los diálogos.
En realidad, para mi, los mejores relatos de la antología son los que más mala leche tienen. Ahí está uno de los relatos más potentes del libro y el más impactante: Rebecka. Con una voluntad transparente y malintencionada de manipular las simpatías (las antipatías, mejor) del lector, el relato propone un presente en el que Dios ha regresado e interacciona, con su inescrutabilidad e implacabilidad habituales, con la humanidad. Es cruel y demoledor. ¿Quién es Arvid Pekon? Pues lo cierto es que terminará el relato y no lo tendremos claro, pero lo cierto es que tiene un sentido del humor surrealista y negro que funciona muy bien. Funciona, esto es, si el lector realiza, de nuevo, un esfuerzo de credulidad. Me parece buen relato, en cualquier caso.
En tres de los relatos Tidbeck basa su historia en el folclore nórdico y sus tradiciones orales. Quizás el menos impactante, a pesar de ser un buen texto, sea El complejo de vacaciones de Brita. Es un texto previsible, pero consigue evocar una atmosfera onírica que mantiene un tono ambiguo que le sienta bien. Tal vez no me convenza del todo la resolución, pero me gustan los cambios de tono y la progresión general del relato, que me recuerda en su ambientación al, para mi gusto, bastante superior La montaña de los renos, un magnífico ejemplo de acceso gradual a lo fantástico con el tema de la locura de fondo. Es un relato triste de final demoledor, injusto y desprovisto de moraleja. En Pyret este interés se hace incluso más explícito dándole forma, durante buena parte del relato, de artículo científico y tiene fragmentos realmente brillantes, además de plantear un juego de desmentidos bastante interesante.
Los tres últimos relatos son diferentes al resto en su ambientación, en un mundo de fantasía que recuerda el mundo de Alicia en el País de las Maravillas en dos de los casos —Augusta Prima y Las Tías— y un planeta que puede o no ser la tierra de un futuro muy lejano en otro de ellos —Jagannath—, el único de todo el libro que cabe calificar de ciencia ficción. Augusta Prima es, posiblemente, el mejor relato de la antología, con una curiosa reflexión acerca del tiempo y su relación con la memoria. Es un relato muy, muy, muy sugerente. Tremendo. Hace díptico con Tías, también muy buen relato centrado en la idea de ciclo, uno de los temas recurrentes del libro. Aunque a nivel técnico es excelente le falta historia para enamorarme. Jagannath es una variante original de la forma de la nave generacional y reserva casi toda su fuerza para su hermosa resolución.
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Siempre me ha llamado la atención el catálogo de Nevsky Prospects y me alegra de verdad que hayan elegido este libro para ampliar sus horizontes más allá de la narrativa rusa a la que nos tienen acostumbrados y de la estética victoriana que cultivan desde su sello Fábulas de Albión. Después de haberlo leído en inglés me alegré muchísimo al saber que iba a ser traducido. Es un libro excelente de una autora de la que me muero de ganas de leer más material. No os lo perdáis, de verdad.