Desde El Fantascopio hemos decidido dedicar unas semanas a autores que vayan a tener presencia en la próxima edición del Festival Celsius. Para ellos vamos a rescatar viejas reseñas y escribir otras nuevas. El Celsius es uno de nuestros festivales favoritos (además de ser el escenario en el que varios de los miembros del Fantascopio nos hemos conocido en persona) y cualquier cosa que podamos hacer para animaros a visitarlo nos parece poco. Yo he decido rescatar de la memoria una de las trilogías de fantasía épica que más he disfrutado: La Primera Ley, de Joe Abercrombie. ¡Espero hacerle justicia!
De Joe Abercrombie he leído sus primeras tres novelas (la trilogía de La Primera Ley, protagonistas de esta especie de reseña) y la última (la novela juvenil Half a King, reseñada recientemente por mi compañero Elías, que realiza una valoración diametralmente opuesta a la que yo haría). A lo largo de su recorrido como autor entre estos dos puntos y, según oigo, en el resto de su obra, el autor británico demuestra una gran versatilidad y la capacidad de observar su propia obra y aprender de lo que ha hecho. Su leit-motiv parece ser no repetirse, a pesar de lo cual ha conseguido crear una obra con una gran consistencia interna (con la excepción de Half a King, todas sus novelas transcurren en un mismo mundo secundario y comparten algunos personajes). Se le ha considerado uno de los principales adalides del Grimdark, ese movimiento de la fantasía épica interesado en explorar el género a través del realismo y la verosimilitud, en el sentido de huir de maniqueismos y tratar de imaginar la suciedad, la violencia y la amoralidad que la fantasía heroíca a menudo ha rechazado. El propio Abercrombie trató de explicar su visión del tema en su blog, desde un punto de vista más bien irónico que queda bien reflejado en su elección de alias para twitter: Lord Grimdark. Aunque, como sucede siempre en este tipo de debates, la adopción acrítica y dogmática de una etiqueta que no pretende más que aunar (o sea: no inventar) una serie de rasgos y tendencias de un tipo de narrativa no puede ser otra cosa que equivocada y dar pie a nada que no sea una discusión estéril, a nivel personal me parece que el Grimdark es lo mejor que le ha pasado a la fantasía épica en las últimas décadas. Eso, y Joe Abercrombie. De todo esto hablan mucho mejor que yo en Los Heroes: Epic Fail, la magnífica reseña de la novela homónima en El Almohadon de Plumas.
Mi primer contacto con la trilogía de La Primera Ley fue a través de la magnífica lectura que realiza de ella Steven Pacey en la edición británica de los audiolibros y será esta la edición a la que me referiré a lo largo de la reseña. Pacey es un maestro del formato y, para mi, uno de los principales argumentos para darle una oportunidad a los audiolibros. Todavía recuerdo mis sensaciones con La Primera Ley, solo comparables a la que experimenté en mi primer contacto con A Game of Thrones y sus continuaciones, hace muchos años. Ahora, después de tanto tiempo, la recuerdo como una saga en la que su autor se rebelaba, más a medida que se sucedían los libros, contra las estructuras y los tópicos más habituales de la fantasía épica. La gracia de esta rebelión no estaba tanto en el rechazo a esos tópicos como en la subversión progresiva —a través de la ironía, el sentido del humor, un uso magistral de los diálogos y una transformación verosímil e inesperada de todos sus personaje— de los mismos partiendo de un terreno francamente familiar. También se notaba que era una primera novela (o una primera trilogía), y la estructura compleja, con múltiples arcos argumentales —múltiples puntos de vista— que no siempre se cruzaban entre ellos se le iba un poco de las manos; o la prosa, en general más que correcta y llena de energía, caía en momentos de torpeza; o hubiera agradecido, yo al menos, que cada una de las entregas hubiera sido más satisfactoria a nivel individual en lugar de considerarlas como una gran novela dividida en tres partes con finales entre volúmenes más o menos (exagero) aleatorios. En cualquier caso, ninguna de estas reservas pone en cuestión la enorme calidad de la trilogía ni la excitación que sentí al descubrirla. La conclusión es sencilla: si te interesa la fantasía épica (o, más en general, la literatura fantástica) tienes que leerla y tienes que conocer a Abercrombie.
Es muy difícil hablar de La Primera Ley sin hacer referencia alguna a su condición de fantasía post-Tolkien y, especialmente, post-Martin. No puedo presumir de ser un experto en fantasía épica (ni en nada, en realidad, pero no nos desviemos…), pero tengo la sensación de que la publicación de El Señor de los Anillos en 1954 dio paso a un panorama más o menos desolador repleto de clones formularios y, con frecuencia, descafeinados. Hicieron falta más de cuarenta (¡cuarenta!) años para que alguien como George R.R. Martin publicara una novela (o entrega de una saga, al menos) con una personalidad propia que no fuera heredera directa de Tolkien ni se reflejara en su mitología. Aunque pueda haber habido intentos anteriores a Juego de Tronos, fue con esta novela con la que se abrieron las puertas del campo, como quien dice, gracias a una popularidad creciente que actualmente ha alcanzado el paroxismo con el éxito de la serie de televisión. ¿Y en qué consistió la novedad de Martin? Pues, desde mi punto de vista y simplificando mucho, en la ampliación de la paleta de colores del subgénero más allá del blanco y el negro, como apunto en la introducción al hablar del grimdark; la introducción del múltiple punto de vista como principal herramienta para enriquecer el mundo narrativo y crear profundidad a través de la resonancia entre arcos argumentales, aunque Tolkien jugo con él a una escala más reducida y con buen resultado al ir disgregando a su famosa Comunidad del Anillo; y, muy importante, una resistencia notable al uso explícito de la magia como elemento de sus historias. La obra de Martin, claro, tiene un campo gravitatorio propio igual de intenso que la de Tolkien y los autores que ha adoptado su plantilla son legión, pero mi sensación (y reconozco que lo digo con la boca chica) es que ofrece más libertad que su predecesora, quizás por haber nacido como respuesta a un planteamiento menos flexible. En muchos sentidos la trilogía de La Primera Ley propone un recorrido entre ambas fórmulas.
Como primera entrega de una trilogía, La Voz de las Espadas (The Blade Itself) sirve para presentar el mundo en el que transcurrirá la historia, presentar a sus principales protagonistas y establecer la semilla de las diversas tramas que irá desarrollando en las siguientes entregas. Mucho de lo que narra sirve casi exclusivamente para apuntalar la personalidad de los personajes, uno de los puntos fuertes de Abercrombie a lo largo de los tres libros, y aunque la historia no avanza de forma espectacular se convierte rápidamente en una lectura adictiva que poco menos que obliga a abrir el segundo tomo en el momento exacto de cerrar el primero. La Voz de las Espadas está cercana, en planteamiento si no en tono, a la plantilla de Tolkien: Un grupo de aventureros que parte en un viaje de búsqueda a través de un mundo lleno de razas no humanas y magia. La ironía, el humor y el salvajismo, sin embargo, son puro Abercrombie, al igual que lo es la calidad, aquí todavía inestable, de su prosa, a la que en todo caso se le puede reprochar una excesiva tendencia a la adjetivación que no niega la fuerte personalidad que le confiere a la narración.
En Antes de que los Cuelguen (Before They Are Hanged) se retoman las tres líneas argumentales que tan colgados nos habían dejado en el libro anterior y se desarrollan sin que se crucen realmente, al menos de manera directa. Esta falta de conexión entre las tres historias —un viaje épico más o menos “clásico”; una historia de intriga política y criminal absolutamente brillante; una historia de guerra en primera línea de batalla ambientada en la guerra entre los bárbaros del Norte y el Imperio de la Unión— es, tal vez, el principal problema del libro y llega a perjudicar su consistencia como novela, aunque consideradas de forma aislada las tres son sólidas, emocionantes y repletas de personajes interesantes y verosímiles. Siguen presentes las virtudes y defectos de Abercrombie: manirroto con los adjetivos, gran habilidad para dosificar la información que de vez en cuando da lugar a un infodump torpe y una capacidad enorme para dibujar personajes y darle estructura al argumento. En este libro empieza a brillar hasta hacerse casi cegador el Inquisidor Glotka, uno de los mejores personajes de la saga y un hallazgo verdaderamente memorable. Es, en resumen, una continuación magnífica para la sorpresa que fue su predecesora y, aunque no vuela a su misma altura, me sorprendería que alguien se sintiera decepcionado con ella. Aquí Tolkien ya es historia, Abercrombie empieza a retorcer la plantilla.
Y finalmente, cerrando la trilogía, El Último Argumento de los Reyes (The Last Argument of Kings), la que para mi es la mejor novela de las tres… lo cual no es decir poco. Ata cabos con habilidad suprema y nos regala una conclusión eficaz que nunca es menos que espectacular. Cada uno de los protagonistas completa su arco después de haber experimentado una transformación total a través de la cual se invirtien los tópicos de la fantasía. Bárbaros sofisticados, sabios megalómanos, redenciones… y una visión épica digna de contarse entre los mejores libros del género. También es uno de los mejores ejemplos que he visto del difícil arte de cerrar trilogías: no podía dejar mejor sabor de boca.
Abercrombie ha seguido usando el mundo que creó en La Primera Ley y lo ha usado para explorar la fantasía épica a través de los recursos de otros géneros como el thriller (La Mejor Venganza [Best Served Cold]), la novela bélica (Los Héroes [The Heroes]), o el western (Tierras Rojas [Red Country]). No puedo hablar de ninguna de ellas a partir de mi experiencia personal, pero sí he oído suficiente de ellas como para considerarle, no ya el escritor de fantasía épica que más me interesa… si no el único que me interesa de verdad. Ahí es nada.