Tengo un recuerdo de la infancia, de largos viajes en coche sin cinturón de seguridad en el asiento de atrás y escuchando una cinta naranja de coplas que era la única que mis padres tenían. Y os cuento esto para empezar la reseña para poner en valor una de las principales características de la novela de Jesús Cañadas : su poder de crear un escenario creíble sobrenatural.
Y es que yo no soy gaditana, pero me puedo creer perfectamente esas historias de calles y recovecos, de vecinas chismosas en el patio y de infancias quebradas, porque aunque yo no lo haya vivido sí que recuerdo perfectamente las historias de mis padres y mis abuelos, que encajan perfectamente con lo que relata Jesús. De hecho, mi padre siempre dice que “va a llover más que cuando enterraron a Bigote” y mi madre “esta es la hebra de María Moco, que cosió un camisón y le quedó para otro”. Así que mi conexión emocional con el libro sobrepasa los límites de la simple empatía con los personajes y se convierte en algo íntimo y personal.
Esto no es óbice para reconocer el extraordinario trabajo con el lenguaje que realiza Jesús, capaz de dotar a sus personajes de una lengua propia acorde con sus conocimientos y que sirve como otro engranaje para construir un reloj de precisión con una figura de alacrán.
El uso de un narrador poco confiable también es otro acierto, además llevado hasta un extremo perturbador. No es solo que Juaíco cuente su historia adornándola como cree oportuno con sus aires de embaucador, es que el resto de gaditanos parece seguirle el juego a pesar de las contradicciones en las que cae. Y esto, visto a través de los ojos de un niño que está dejando de serlo, resulta conmovedor.
Me gusta mucho la división temporal del libro en dos partes diferenciadas pero relacionadas íntimamente. El inexorable paso del tiempo se ve reflejado en las cicatrices y en los cuerpos, pero mucho más en las almas de sus criaturas. En esto también se aprecia el trabajo de un fino artista, que va cincelando cada arruga, cada marca y cada pliegue. Las acciones del pasado tienen efecto en el futuro y algunos de los comentarios del futuro verán su reflejo en el pasado.
No todo es perfecto en la novela. A veces algunas de las acciones parecen hechas exprofeso para el lucimiento de Cañadas y en otras las casualidades favorecen la historia. Pero son nimiedades.
Las Tres Muertes de Fermín Salvochea es una novela estupenda, con sus toques costumbristas, con un tratamiento de las realidades sociales que aunque haya pasado un siglo siguen estando vigentes y con un amor indiscutible por la ciudad que le vio crecer. Ojalá alguien pudiera hacer lo mismo por la mía.