La ciencia ficción es, por definición, un campo abierto a la especulación. Aplicada en el campo de la política, la ciencia ficción ha dado lugar a obras singulares como Ex-machina, de Brian K. Vaughan y Tony Harris. Otro título que se salió de lo corriente, fue Infomocracy.
Null States es la continuación de Infomocracy, y ahonda sobre las ideas políticas de la primera entrega. Es importante comprender que el sistema de microdemocracias en el que se sustentan estas obras, ni es omnisciente ni es universal, por que existen estos estados que siguen siendo naciones (Rusia, China, la siempre imperturbable Suiza…) que son como agujeros negros para Information. Cada uno de estos estados lo es por sus propias razones, tales como aislacionismo, protección de la privacidad o simple despotismo. Esta novela explora la influencia de estos puntos ciegos para el sistema de microdemocracias postulado por Older, que al contrario que otros autores se centra en la implantación de un sistema, no en su desarrollo cuando ya está en funcionamiento. Y los comienzos nunca son sencillos.
La acción se basa en una zona de Sudán que ha adoptado recientemente el nuevo sistema político y que requiere un seguimiento más personalizado para llevar la transición a buen cauce. Aparece sin embargo un elemento disruptivo, un asesinato que pone patas arribas un sistema de por sí débil en su concepción.
La narración toma dos vías, por una parte la que se desarrolla en Sudán, con una investigación de asesinato un tanto chapucera porque si todo depende de la información que obtienes de las fuentes automatizadas y NO hay fuentes automatizadas apenas, poco podrás rascar. Esta parte de la novela me ha resultado fallida, por la falta de recursos de los protagonistas y por el bloqueo que les supone no disponer de sus herramientas habituales. La otra parte es una trama de espionaje apasionante, aunque breve, con escenas de acción, persecuciones, infiltración… lo tiene todo. Muy inmersiva y bien narrada.
¿Por qué este contraste tan exagerado? Supongo que Older no quería escribir un thriller de espionaje sin más y quería seguir explorando la microdemocracia, solo que… no ha conseguido equilibrar la narración.
Lo mismo pasa con los personajes. Mishima, a quien ya conocíamos con anterioridad, protagoniza las escenas más interesantes de la novela, persiguiendo a los autores de un atentado o infiltrándose en una antigua superpotencia gracias a los culebrones a los que es adicta (no es broma). Pero los personajes de la otra parte de la historia parecen sombras, no desarrollan una historia propia. Roz se salva un poco, pero no mucho, de esta generalización apabullante.
A pesar de estos aspectos negativos, sigo con curiosidad por saber cómo se desarrollará la tercera novela, porque en el final de Null States aparece un nuevo jugador que promete emociones fuertes.