Lo mismo que hay tropos de la ciencia ficción que parecen pozos inagotables de tramas y novelas, hay otros que han pasado a un segundo plano bastante discreto, quizá por que sea difícil innovar con ellos o por que ya está todo dicho. Mary G. Thompson ha decidido basar su novela One Level Down en uno de ellos, el de las simulaciones de mundos virtuales, pero la verdad es que entre lo corta que es la obra y lo simplista de su aproximación, me parece que hubiera salido mejor parada escogiendo otro inicio.
Ella está atrapada en el cuerpo de una niña de cinco años a pesar de tener casi sesenta, todo por capricho de su padre, dueño y señor de la simulación a la que se reduce su vida y a de los demás ex colonos del planeta Bella Inizio. Los límites de su mundo son los que son y mientras su padre siga teniendo las claves para la programación de la realidad nunca podrá crecer ni cambiar. Este punto de partida, que puede parecer interesante, se queda en eso, un inicio prometedor que pronto se disuelve de la manera más desafortunada en una serie de casualidades que precipitarán los acontecimientos. Y ya está, el libro no tiene más. Me gustaría decir que se nota la inspiración de la autora en uno de los cuentos más célebres de Ursula K. Leguin cuando se supedita la felicidad de la comunidad y su bienestar al sufrimiento de un niño, pero es que ni eso está bien conseguido.
Lo que pretende ser un relato aleccionador sobre los riesgos de la tecnología cuando esta cae en malas manos, se convierte en una broma pesada. Las elipsis que separan diversas partes el relato son tan exageradas como innecesarias, como si se estuviera dejando para otras publicaciones parte de lo que aquí quería contar. Además de lo difícil que me resulta aceptar una simulación que sea manipulable hasta extremos increíbles “dentro de la propia simulación”.
Me temo que One Level Down tiene más agujeros de guion que un hotel de termitas y es por esto que no puedo recomendarlo.