Shroud

Es prácticamente imposible ir al día con todo lo que publica Adrian Tchaikovsky pero lo que es más difícil todavía es entender cómo puede mantener el listón tan alto en sus publicaciones. Con Shroud nos vuelve a sorprender y deleitar con una obra de ciencia ficción especulativa de primer contacto, aunque si bien es cierto que el alien resulta ser demasiado humano, no por ello deja de ser una novela estupenda.

La humanidad se ha salvado por los pelos de la extinción provocada por el cambio climático, “gracias” a las grandes corporaciones que ahora controlan todas nuestras vidas. El Concern sigue aplicando las reglas del capitalismo extremo y como el crecimiento constante es uno de sus axiomas, la exploración espacial es la vía hacia el futuro, siempre que sea rentable. Los humanos especializados en diversos campos del saber permanecen en hibernación (almacenaje barato) hasta que se requieren sus peculiares características para exprimir hasta el tuétano cada recurso. Este tema, algo recurrente en la obra del autor de Lincolnshire, también tiene su importancia en Shroud aunque a mí sinceramente me parece que se ha quedado un poco en la superficie, en el mensaje de “qué malas son las corporaciones que me mandan a hibernar en cuanto que no les sale bien la cuenta de resultados”. En Alien Clay, por ejemplo, el mensaje era mucho más contundente.

Shroud es una luna con mucho potencial, pero con unas condiciones eclécticas que hacen que sea bastante difícil la exploración del terreno para establecer cabezas de puente para la colonización. Y es que está emitiendo constantemente en todas las frecuencias posibles, como si la luna le estuviera chillando al universo sin pausa. Esta metáfora de las dificultades en la comunicación si uno no se para o no sabe escuchar es la base de todo el subgénero de primer contacto y Tchaikovsky sabe utilizarlo para su propio beneficio.

Lo que comienza siendo una misión relativamente rutinaria se transforma en una lucha por la supervivencia de los enviados a Shroud. En este sentido, se conserva bastante bien la tensión a lo largo de las páginas del libro, si bien tiene algunos momentos de bajón y una coda final que creo que podría haber estado bastante más refinada.

El principal problema que le veo a la obra y que se puede atisbar en esta reseña es la “humanidad” del alienígena, que a pesar de sus diferencias entra dentro de lo que el ser humano puede llegar a comprender, lo cual creo que le hace perder algo de credibilidad a la historia. El escritor ha rebajado un poco la complejidad del encuentro de forma gradual, para adaptar el conocimiento de otro mundo y otra especie no humana al marco temporal en el que se desarrolla la novela, que es muy corto. No es que sea poco creíble, porque no sabemos qué nos podemos encontrar ahí afuera, pero si resulta conveniente en exceso.

Las protagonistas humanas de la novela también tienen algunos fallos, no sé si por que Adrian pretendía hacer más hincapié en el alien o porque son el fruto de un sistema extremo, pero es que resultan demasiado frías en general, haciendo bastante difícil que despierten la empatía del lector. Esto, por supuesto, no es algo imprescindible, pero sin duda ayuda a que el nivel de compromiso del lector con la obra aumente.

Nos encontramos ante un obra que me ha gustado mucho y que recomiendo sinceramente a pesar de los problemas que he encontrado por el camino, provocados quizá más por mi bagaje lector y mis expectativas que por la obra en sí.

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