Tengo bastante claro que una de mis muchas lagunas en la literatura de género, quizá la mayor, es el terror. La verdad, me cuesta mucho trabajo leer estas cosas pero también es cierto que se está escribiendo mucho y bien en España, así que después de probar con Los ángeles me miran y salir “encantada” (es una forma de hablar) con la experiencia, he vuelto a darle una oportunidad a Marc Pastor y hay que reconocer que no decepciona.
Este libro también está situado en el Corvoverso, como todos los suyos, pero a principios del siglo XX, lo que le da la oportunidad al autor de tener un ambientación fabulosa, con los principios incipientes de la criminología, pero con las investigaciones policiales más científicas todavía en pañales. De hecho, gran parte de los avances de la investigación se acaban basando en casualidades, cosa que no es de extrañar porque al final los humanos somos propensos al fallo e incluso aquellos monstruos cotidianos también son capaces de cometer errores.
Aunque no es eso lo más destacable del libro, que a mi entender es ese personalísimo narrador omnisciente que nos acompaña por la ciudad de Barcelona, un microcosmos propio que Pastor retrata de manera magistral.
Lo he pasado fatal leyendo el libro, sobre todo porque trata de la depravación y la crueldad contra las víctimas más débiles, los niños. A veces tuve que dejar de lado sus páginas porque tanta maldad reconcentrada me hacía daño, sobre todo pensando que no es solo producto de la imaginación del escritor, si no reflejo fiel de algunas perversiones de las que es capaz la psique humana. Y pensar cómo se pueden permitir esas cosas porque al fin y al cabo desde el poder se cobijan entre ellos es simplemente repugnante.
Entiendo perfectamente el atractivo que la narrativa de terror es capaz de proyectar sobre los lectores, para obligarles a enfrentarse a sus miedos. Por mi parte, intentaré seguir entrando en esto pero en sesiones pequeñas y espaciadas, porque algunas historias me afectan profundamente.