The apex book of world SF I

apexHace ya tiempo que tenía previsto leer The apex book of world SF 1 editado por Lavie Tidhar pero nunca encontraba el momento. Pues, por fin, el momento ha llegado.

“The Bird Catcher” de Somtow Sucharitkul

Relato de terror para comenzar la antología, con referencias a la inocencia perdida de la infancia en forma de ritual de madurez de un abuelo con su hijo.


“Transcendence Express” de Jetse de Vries

La idea Negroponte Un portátil para cada niño sirve como base a esta optimista historia donde una científica que consigue el primer procesador cuántico deja toda su investigación de lado para enseñar en una aldea africana. Pero las clases no serán al uso y el objetivo final puede cambiar el rumbo de la Tierra.

Es muy bueno, un relato que ojalá se hiciera realidad.


“The Levantine Experiments” de Guy Hasson

Experimento psicológico sobre los verdaderos límites de la psique humana. Muy inquietante.


“The Wheel of Samsara” de Han Song

El budismo ha inspirado a autores de ciencia ficción como sir Arthur C. Clarke y sus “9 billones de nombres de Dios”. En esta ocasión Han Song parece homenajear al autor inglés pero con un mensajes implícito sobre la ira y la curiosidad.


“Ghost Jail” de Kaaron Warren

Relato que entremezcla historias fantasmas con crítica social, pero sin decantarse claramente por ninguno de los dos extremos y quedándose por tanto en un incómodo lugar intermedio.


“Wizard World” de Yang Ping

Aunque en su momento fueran originales, empiezan a volverse monótonos estos relatos sobre mundos virtuales de inmersión total de los que es casi imposible escapar. El fenómeno hikikomori en su vertiente online.


“L’Aquilone du Estrellas (The Kite of Stars)” de Dean Francis Alfar

Precioso cuento sobre la tarea de toda una vida para conseguir un objetivo efímero. Funciona como una parábola y utiliza de forma majestuosa la enumeración de objetos para dar idea del arduo trabajo. Maravilloso.


“Cinderers” de Nir Yaniv

Esquizofrénico relato que no sé si se puede circunscribir al género pero que deja muy mal cuerpo.


“The Allah Stairs” de Jamil Nasir

Hay que tener cuidado con lo que se desea porque puede cumplirse.


“Biggest Baddest Bomoh” de Tunku Halim Bin Tunku Abdullah

Una historia de obsesión amorosa tan previsible como manida.


“The Lost Xuyan Bride” de Aliette de Bodard

Da gusto leer relatos antiguos de Aliette y ver cómo se iba gestando una gran escritora. En un marcado tono detectivesco, como parte de Obsidian and Blood, pero enmarcado en el universo de Xuya, este relato enfrenta el deber filial con la libertad del ser humano.


“Excerpt from a Letter by a Social-Realist Aswang” de Kristin Mandigma

Curiosa epístola que mezcla socialismo con mitología filipina, con referencias a esa cultura y con un final irónico y divertido.


“An Evening In the City Coffeehouse, With Lydia On My Mind” de Aleksandar Žiljak

Trepidante thriller situado en un futuro cercano, con un aspecto muy cinematográfico. Tiene un poco de todo, sexo, alienígenas, tecnologías avanzadas, persecuciones… Un veloz viaje que se disfruta de cabo a rabo.


“Into the Night” de Anil Menon

Relato sobre el cambio generacional unido al cambio tecnológico. Las novedades pueden resultar incomprensibles para aquel que ni siquiera posee los instrumentos necesarios para recibir la información.


“Elegy” de Mélanie Fazi

Precioso relato fantástico sobre la pérdida de los hijos. Me ha afectado especialmente.


“Compartments” de Zoran Živković

Demasiado extraño para mi gusto.

El proyecto de reunir relatos de muy diversos orígenes me parece tan necesario como interesante. No pasará mucho tiempo hasta que me lea el segundo.

Contenidos de The Year’s Best Science Fiction & Fantasy Novellas 2016

Ya conocemos cuáles serán las novellas incluídas en The Year’s Best Science Fiction & Fantasy Novellas 2016, editado por Paula Guran.

“The Citadel of Weeping Pearls” de Aliette de Bodard (Asimov’s, Oct/Nov 2015)
“The Bone Swans of Amandale” de C.S.E. Cooney (Bone Swans, Mythic Delirium Books)
“Binti” de Nnedi Okorafor (Binti, Tor.com)
“The Last Witness” de K. J. Parker (The Last Witness, Tor.com)
“Johnny Rev” de Rachel Pollack (F&SF, Jul/Aug 2015)
“Inhuman Garbage,” de Kristine Kathryn Rusch (Asimov’s March 2015)
“Gypsy,” de Carter Scholz (F&SF, Nov/Dec 2015)
“The Pauper Prince and the Eucalyptus Jinn,” de Usman Malik (The Pauper Prince and the Eucalyptus Jinn, Tor.com)
“What Has Passed Shall in Kinder Light Appear” de Bao Shu, traducido por Ken Liu (F&SF, Mar/Apr 2015)

Y aquí tenéis la portada, de Julie Dillon:

YBSFFNovellas2016-600

Ganadores BSFA 2015

Aunque ya lo publicó el siempre atento @odo, no puedo resistirme a traeros los ganadores de los Premios BSFA 2015. Y es que estoy contentísima por Aliette de Bodard.

Mejor novela

Aliette de Bodard, The House of Shattered Wings, Gollancz

Mejor relato

Aliette de Bodard, “Three Cups of Grief, by Starlight”, Clarkesworld 100

Mejor artículo

Adam Roberts, Rave and Let Die: The SF and Fantasy of 2014, Steel Quill Books

Mejor ilustración

Jim Burns, Cover of Pelquin’s Comet, Newcon Press

¡Enhorabuena a los ganadores!

Meeting infinity

meeting-infinity-coverLa increíble capacidad de trabajo de Jonathan Strahan le permite publicar varias antologías por año. Uno de los proyectos más interesantes en los que ha participado son los de la serie Infinity, por definirlos de algún modo. Con las buenas sensaciones que me dejó Reach for infinity, comencé la lectura de Meeting infinity con las expectativas bastante altas.

“Rates of Change” de James S.A. Corey

Me parece que este relato es un buen comienzo para una antología, con unos autores que se están haciendo un nombre en la ciencia ficción.  La posibilidad de cambiar entre cuerpos  permite vivir con un organismo joven durante toda la existencia, pero el problema del rechazo a ese ser extraño en el que habitamos no es de fácil solución. Si además, añadimos el conflicto generacional entre padres e hijos, la mezcla mejora.

“Desert Lexicon” de Benjanun Sriduangkaew

Muy en la línea de los relatos de la autora, jugando con las modificaciones corporales y de la memoria. Aunque en este caso se trate de un experimento de campo para sobrevivir a las condiciones más duras. No es de los mejores de Benjanun.

“Drones” de Simon Ings

Curiosísimo relato con tintes postapocalípticos, en el que una nueva sociedad se ha creado. Los recursos disminuyen y las mujeres son un bien escaso. El comienzo del cambio ocurrió con un hecho que nos parecerá nimio pero no lo es: la muerte de las abejas.

“Body Politic” de Kameron Hurley

Demasiado complejo para mí. En esta historia la tecnología orgánica se enfrenta a la inorgánica. La narración se ve desde dos puntos de vista, pero al final resulta confusa y poco lograda.

“Cocoons” de Nancy Kress

La adaptación necesaria para vivir en un nuevo planeta puede venir por modificaciones buscada por el ser humano o impuestas por el exterior. En esta ocasión , Kress torna la amenaza externa en posible colaboración. Realmente interesante.

“Emergence” de Gwyneth Jones

Muy buen relato de Jones, sobre los cambios que la humanidad habrá de afrontar para conseguir la inmortalidad. También es importante el concepto de humanidad y libertad de la Inteligencias Artificiales,  con un sistema solar dividido entre la zona exterior, en la que están reconocidas como “seres libres” y la zona interior, donde son solo esclavos.

“The Cold Inequalities” de Yoon Ha Lee

Espectacular relato sobre la huida de la Tierra de una nave espacial con la presencia de un polizonte inesperado. Trata temas muy en auge como son el colonialismo y la memoria histórica desde una perspectiva de ciencia ficción.

“Pictures from the Resurrection” de Bruce Sterling

No me ha gustado nada el mundo descrito por Sterling en un futuro desolador.

“Aspects: A Galactic Centre Story” de Gregory Benford

Sin haber leído la saga del Centro Galáctico me temo que el relato queda un poco vacío de contenido.

“Memento Mori” de Madeline Ashby

Me ha gustado mucho esta historia sobre la posibilidad de ir cambiando de cuerpo tomando la decisión de guardar o no los recuerdos. ¿Que pasaría si una de nuestras iteraciones anteriores sí hubiera querido recordar?

“All the Wrong Places” de Sean Williams

Posiblemente el relato más original de toda la antología, la búsqueda de su amada por parte del protagonista le lleva a los límites del Universo, siempre viajando hacia delante, siempre luchando contra las probabilidades.

“In Blue Lily’s Wake” de Aliette de Bodard

El tratamiento de una extraña enfermedad que parece hacer coexistir en el mismo plano distintas realidades es el hilo conductor de esta historia de Xuya. Un acto egoísta puede generar buenas consecuencias, pero si el precio que se ha de pagar son vidas humanas, ¿se podrá sobrellevar la culpa?

“Exile from Extinction” de Ramez Naam

Muy curiosa esta aportación de Naam, con un tono menos optimista de lo que en él es costumbre pero no por ello menos creíble. Como en el relato de Yoon Ha Lee, una nave huye de la Tierra en guerra con una valiosa carga.

“My Last Bringback” de John Barnes

Cargado de resentimiento, esta narración desde el punto de vista de uno de los últimos humanos “naturales” que quedan en el mundo en contraposición a los “mejorados” es cruel y a la vez aleccionador.

“Outsider” de An Owomoyela

Una búsqueda de la respuesta a la pregunta: ¿qué nos hace humanos? ¿Es el libre albedrío? Si durante décadas los humanos se han tenido que modificar para subsistir, ¿seguirán siendo humanos?

“The Falls: A Luna Story” de Ian McDonald

McDonald ha encontrado un filón con sus historias de Luna, y no seré yo quien le distraiga de seguir escribiendo en este maravilloso escenario. Es este un relato de conflicto generacional y de cambio, de adaptación al medio y de aceptación de las limitaciones propias, y ante todo, una bellísima historia de amor materno-filial.

Tras terminar de leer la antología, que me parece de un nivel bastante alto, no he podido evitar acordarme de Takeshi Kovacs de Richard Morgan. Me hubiera gustado ver una colaboración de este autor en esta antología. Por lo demás, tras un comienzo algo titubeante, las historias van mejorando y dejan un agradable recuerdo.

Sobre colonialismo, imperios malvados y sistemas opresivos

Aquí os ofrecemos la traducción del controvertido artículo de Aliette de Bodard sobre el colonialismo. He contado con la inestimable colaboración de Cristina Jurado. Obviamente, cualquier fallo en la traducción es mío.

Esto es solo una queja, porque para escribir en profundidad sobre este tema necesitaría documentarme (mucho) y releer (mucho también). Pero como he estado leyendo simultáneamente varios libros de género e investigando la colonización francesa de Vietnam en el siglo XIX (y la historia del sudeste asiático en ese periodo; estaba investigando para el libro dos, la secuela de The House of Shattered Wings), me he dado cuenta de que el contraste es… cruel.

Para decirlo con claridad, muchas de las descripciones fallan por un margen bastante amplio. Entre las cosas que veo mucho destaco: el héroe (o héroes) lucha y derroca el sistema colonial; el héroe (o héroes), ya sea colono o colonizado, suele estar prácticamente exento de cualquier prejuicio colonial; las luchas por la independencia son limpias y simples, y en ellas la gente se rebela contra los opresores y consigue ser democrática y libre.

Bien. ¿Por dónde empiezo?

Veamos, lo que pasa con el colonialismo, lo que lo hace tan aterrador y doloroso e inflama tanto los ánimos… es que fue algo generalizado. No digo que no hubiera gente que no luchara en su contra, pero aquellos que lo hacían eran una proporción minúscula de la población (e incluso aquellos que luchaban contra el colonialismo tenían otros graves perjuicios).

La verdad es que la mayoría de los habitantes de las naciones colonizadoras lo consideraban algo natural, como el orden apropiado de las cosas, como Dios manda. Francia (en aquel momento una democracia, recordémoslo) votó por mayoría a favor de una intervención en Annam, porque mejoraría las vidas de los ciudadanos ordinarios y porque enriquecería al país. En los textos históricos se aprecia claramente que nadie en ninguna de las clases sociales veía algún problema en ello. De hecho, los miembros de las clases más bajas consideraban las colonias como un lugar donde ir para hacer fortuna, donde incluso una persona pobre podría vivir en el lujo con trabajadores nativos a su disposición. ¿Y los “progresistas”? Veían a los colonizados como niños – como gente inmadura que necesitaba ser educada, que necesitaba ser “civilizada”; protegidos de sí mismos contra su voluntad (en contraste con la gente que sólo quería dominar y desvalijar).

¿Lo más aterrador? Los colonizados también creían que ese era el orden natural de las cosas, que tenían que modernizarse para competir, para volverse más occidentales, porque Occidente era clara e intrínsecamente superior. Mandaban a sus hijos a las escuelas occidentales – a Londres, a París – para que los educaran, como una muestra de su situación privilegiada. Algunos países, como Japón y Tailandia, consiguieron modernizarse mientras mantenían su independencia nacional y algo de su cultura. Otros… tuvieron menos éxito.

Obviamente, había superioridad militar. ¿Pero por qué duró tanto la colonización? Porque existía la completa y rotunda certeza de que los colonizadores tenían la razón, de que las colonias les pertenecían, de que las riquezas de otros países eran suyas. Los habitantes de las naciones colonizadoras tomaron estas riquezas y se beneficiaron de ellas, pensando que les pertenecían (y sí, había una terrible opresión en las naciones colonizadoras también). Inter-seccionalmente, las cosas eran complicadas pero, repito, se trató de una actitud de todas las clases sociales. No existía solidaridad entre, digamos, la clase trabajadora francesa y la de Indochina. Se pensaba que los indochinos eran extranjeros terroríficos que les robaban el trabajo y hablaban de forma extraña ).

Lee textos de ese periodo histórico. Lee a Agatha Christie. Lee a Maurice Leblanc. O a cualquier otro escritor. El Imperio es el escenario. El prejuicio racial es casual, omnipresente.

¿Otra razón por la que el colonialismo funcionó? No fue solo por la superioridad militar. Y no fue el comercio (la versión de “Francia en Vietnam” en este caso no se centraba mucho en el comercio, al menos al principio). Fue el uso de técnicas como el “divide y vencerás”. Se utilizaban las fracturas existentes, o se crearon nuevas, entre los grupos sociales y étnicos para crear una sociedad nueva: una sociedad que se ocupa de destrozarse a sí misma no tiene tiempo para crear una resistencia organizada. No se ejerce opresión de la misma forma a todo el mundo. Esta es la razón por la que tengo poco aprecio por los regímenes malvados y opresivos: si todo el mundo sufre el mismo grado de opresión y no existen esperanzas de futuro, el gobierno no va a durar mucho. Ello implica que se trata a la gente de forma diferente dependiendo de su origen y de dónde viven: las colonias no son naciones sino un popurrí de diferentes sistemas políticos, con una serie de principios al uso: “aquello que funciona” y “mantengámosles débiles” (solo hay que fijarse en las grandes diferencias entre Tonkin, Annam y Cochinchina en el siglo XIX y principios del XX). También significa que hay beneficios secundarios generalizados, que de ningún modo compensan el elevado peaje, por supuesto: avances sociales, sanitarios y científicos llevados a la población de Annam para, por así decirlo, demostrar que el gobierno imperial no les tenía tanto aprecio como los colonizadores.

Y cuando la situación se tensa, cuando todo este complejo equilibrio finalmente se desintegra… la cosa se complica. Habrá sangre. Habrá violencia. Habrá masacres y purgas. No estoy diciendo que no deba suceder, o que las revoluciones no deban acaecer, pero siempre hay que pagar un precio. Siempre hay una lucha sobre qué facción debe regir el destino de la nación, o incluso qué aspecto tendrá la nación – ¿dónde estará la capital?, ¿quién formará el gobierno?, ¿en qué idioma se hablará?, ¿qué cultura será la que dará forma a todo, desde la administración a la historia que se enseñará? Y no es solo la guerra por la independencia: las repercusiones serán visibles incluso décadas después. La guerra civil nigeriana, el genocidio ruandés, la guerra de Vietnam… y podría seguir y seguir. Es casi un libro de texto.

Vais a decir que no importa – que la ciencia ficción y la fantasía necesitan centrarse en los héroes, en lo extraordinario, en la revolución limpia y fácil que podemos obtener sin dilemas morales. Pero el caso es que… si nos centramos en esto, perpetuaremos una gran ilusión, un gran silencio. Olvidamos que los imperios como este solo existen porque la mayoría lo consiente. Olvidamos que los sistemas injustos funcionan porque la gente está convencida de que todo el mundo está en el sitio en el que debe estar y seguros de que es su derecho moral oprimir a otros, o de que estar oprimidos es inevitable o, aún peor, de que los opresores son moralmente superiores o tienen más méritos. Como solo hablamos de los héroes, nos gusta pensar que entonces podríamos haber estado entre ellos. Pero la realidad es que la mayoría de nosotros no hubiéramos estado. Realmente, muchos de nosotros no lo estamos hoy en día (por poner un ejemplo, compramos ropa y electrónica barata obtenida mediante condiciones horribles de trabajo).

¿Sabéis lo que es más terrible sobre los Imperios Malvados? Los creamos estando plenamente convencidos de que era lo correcto. Los mantenemos estando de acuerdo diariamente con decisiones que hacen nuestras vidas mejores y más ricas, y olvidando cómo impactan en las vidas de otros. Y raramente – muy raramente- demostramos un puro, admirable y casi imposible coraje por superarlas y por asumir el coste, alto y sangriento, de hacerlo.

________________________________________
PS : Por si te lo preguntabas: sí, hablo sobre estos tema en mi novela The House of Shattered Wings. En mi devastada Francia alternativa existió un imperio colonial y se nota. Los personajes se ven afectados por la forma de pensar colonial, ya sean aquellos que colonizaron y se benefician de ello (Selene, Madeleine) o aquellos colonizados (Philippe, Ngoc Bich). Y sí, aparecen algunos pensamientos que son desagradables e incómodos- pero que son cosas que se tienen que mostrar.

Guest Post : Writing the novel of my heart

alietteHoy tenemos el honor de recibir la visita de Aliette de Bodard, que ha escrito un post especial sobre su nueva novela The house of shattered wings. Después podéis leer la traducción que he pergeñado (pido disculpas por adelantado).

Writing the novel of my heart, or why I nuked Paris

The House of Shattered Wings started as a very different novel.

Originally, I sat down in 2011 or 2012 with my agent, and we discussed projects I wanted to take forward. The one we ended up agreeing on as the most sellable was a urban fantasy set in Paris: I loved the subgenre, but felt I wanted to set it somewhere different (and in any case didn’t feel qualified to set it in an Anglophone country, not even in London where I’d actually lived).

Over the year that followed, I wrote a synopsis, then three sample chapters, of a fantasy set in 21st Century Paris, where rival families of magicians fought each other for influence. The main character, Hélène Roulière, was Vietnamese-French, and struggling to find her place in families mostly drawn from the upper-class aristocracy and bourgeoisie. The novel’s plot found her family under attack, and Hélène fighting to preserve her husband and children, even as her easy certainties crumbled around her.

There were a lot of familiar preoccupations in this novel: Hélène’s struggles with her heritage, the importance of homes and hearths, factions fighting each other for influence; and the deadly secrets that could weaken families, and tear them apart. On paper, it sounded like a wonderful thing. In practise, however, it never really came alive. I had several chats with friends, and with my agent, and reluctantly came to the conclusion that it wasn’t working because I didn’t really believe in this world: in particular, I couldn’t get a grip on the magic, and couldn’t believe in an essentially unchanged 21st Century with large magical factions present (I know people have done it very well, and very believably! I just couldn’t make it work for me).

Regretfully, I scrapped the entire thing, consigning it to the “drafts that didn’t work” folder on my machine. I decided I needed an entirely new setting, and an entirely new plot: something I could actually feel enthusiasm about. Hunting through the scraps folder, I found two old drafts, both novelettes. They were both set in the same universe: a city named Silverspires, where Fallen angels regularly appear, bewildered and lost in the wake of leaving Heaven; and are mercilessly hunted for the magic in their bones. The main character, Samantha, teamed up with a Fallen named Caliel, and attempts to take new Fallen to safety before they are hunted down and killed. Silverspires itself was a sort of dreamy cross between 19th and 20th Century, with silver bullets and mobile phones on the one hand, and on the other Irish immigrants and tenements straight out of Charles Dickens.

The stories were only half-finished–one literally stopped mid-sentence, as a main character got mortally shot (at that point it was 12000 words long, and I must have got discouraged I would never sell it). I toyed with taking them up again, but again I felt there was something missing; something which didn’t quite click for me. I (bravely) decided to set aside the novel problem for now, and focus on writing short fiction.

A couple of months later, I was visiting fellow writer Rochita Loenen-Ruiz in the Netherlands, and discussing the novel I was attempting to write. I mentioned my Silverspires stories, and Rochita looked at me long and hard before saying, “you know, this would totally make an awesome novel, and there’s no reason why it couldn’t take place in Paris”.

I felt as though lightning has struck me between the eyes.

Of course. Of course it wasn’t Silverspires I wanted, but Paris: a wildly different city where magic ruled and Fallen angels tumbled from the sky, where life was dangerous and short but still worth living and clinging to; and where Great Houses, each with their own philosophy and rules, fought each other for magical dominance. I wanted familiar streets, the ones I’d grown up with all my life; the rhythm and rules of a society from the books I’d read as a child–still that weird cross between modernity and tradition, but coming from the Belle Epoque rather than the Victorian Age.

At that point, I stopped, and wondered why there would be that kind of society–and realised that the answer was that it was a 20th Century society looking back to a golden age; and that the easy reason why that would happen was because something catastrophic had happened between the Belle Epoque and the current day. From there, it seemed almost natural to introduce a magical war: instead of WWI being fought between countries, I had it fought between magical factions; and had the resulting conflagration deeply and irremediably nuke Paris, razing Notre-Dame and the Grands Magasins, and making the Seine run black with ashes and the pollution of spell residues.

And that was the beginning of The House of Shattered Wings. Of course, there was still a lot of work: figuring out the magical factions and why they’d got there, how the history and geography of the city had changed, and doing some general worldbuilding and cleaning up (to take just one example, the mobile phones were incompatible with the devastated city and its lack of infrastructure, but it took me two drafts and gentle prodding from my agent to realise this). And then I needed an actual plot where things happened…

The resulting novel is a composite of both these attempts, and I can still clearly see bits and pieces of both: the families have become Houses, but the intrigues between magical factions still take centre stage; one character, Philippe, is Vietnamese, and as out of place as Hélène was in the urban fantasy. Silverspires became a House rather than a city; the drug made from Fallen bones was renamed angel essence, and characters from the Silverspires short stories (Lucifer Morningstar, Asmodeus) were lifted wholesale and twisted slightly sideways to make them fit in this new universe. But equally, it’s a novel and a setting that is now totally its own thing, with its own rules, own internal consistency, and a universe that felt to me like it was breathing and living, and one I could comfortably set a novel into.

And the moral of this story is: in case of doubt, one should always nuke Notre-Dame!

Escribiendo la novela de mi corazón, o por qué bombardeé París

The House of Shattered Wings empezó como una novela muy diferente.

En sus comienzos, me senté en 2011 o 2012 con mi agente, y hablamos sobre los proyectos que quería afrontar. Acabamos poniéndonos de acuerdo en que el más “vendible” sería una fantasía urbana situada en París: me encanta el subgénero, pero quería ubicarlo en un sitio distinto (de todas formas, no me sentía preparada para localizar la novela en un país anglófono, ni siquiera en Londres donde había vivido).

Durante el año siguiente, escribí una sinopsis y capítulos de ejemplo de una fantasía situada en un París del siglo XXI, donde familias de magos rivales se enfrentaban entre ellas para conseguir el poder. El personaje principal, Hélène Roulière, era una franco-vietnamita que luchaba para encontrar su lugar en estas familias de la alta aristocracia y burguesía. La trama de la novela se basaba en un ataque a su familia ante el que Hélène intentaba preservar a su marido y familia, mientras sus certezas se derrumbaban.

Había muchas preocupaciones familiares en esta novela: la herencia de Hélène, la importancia de los hogares y los corazones, facciones que se enfrentan una a otra para conseguir poder y los secretos mortales que pueden debilitar a las familias y destrozarlas. Sobre el papel, sonaba muy bien. En la práctica, sin embargo, nunca llegó a realizarse. Hablé muchas veces con amigos y con mi agente, y reticentemente llegué a la conclusión de que no funcionaba porque no creía en ese mundo: en particular, no me creía la magia y el hecho de que el siglo XXI no hubiera cambiado apenas incluso con grandes poderes mágicos presentes (conozco gente que lo ha hecho y muy bien pero para mí simplemente no funcionaba).

A regañadientes, me deshice de todo, guardándolo en la carpeta “borradores que no funcionaron”. Decidí que necesita un escenario totalmente nuevo así como una trama totalmente nueva: algo que me entusiasmara. Rebuscando en esta carpeta, encontré dos borradores antiguos, dos novelettes. Ambos estaban situados en el mismo universo: una ciudad llamada Silverspires, donde ángeles Caídos aparecen regularmente, asombrados y perdidos al despertar fuera del Cielo; son perseguidos sin misericordia por la magia de sus huesos. El personaje principal, Samantha, forma un equipo con un Caído llamado Caliel e intenta salvar a un nuevo Caído antes de los capturen y los maten. Silverspires en sí misma era un cruce soñado entre los siglos XIX y XX, con balas de plata y teléfonos móviles por un lado y por el otro lado inmigrantes irlandeses y suburbios directamente sacados de Charles Dickens.

Las historias estaban a medio hacer – una de ellas literalmente se quedaba en mitad de una frase, porque un personaje principal recibía un disparo mortal (en ese momento tenía 12000 palabras, y supongo que pensé que nunca lo vendería). Jugué con la idea de empezarlas de nuevo, pero también sentía que faltaba algo; algo que no terminaba de funcionar. Decidí (valientemente) dejar de lado la novela y concentrarme en la ficción corta.

Un par de meses después, estaba visitando a mi amiga Rochita Loenen-Ruiz en los Países Bajos, hablando sobre la novela que estaba intentando escribir. Mencioné mis historias de Silverspires, y Rochita me miró largo rato antes de decirme, “sabes, esto sería una novela estupendo y no hay ninguna razón por la que no debería ocurrir en París”.

Me sentí como si un rayo me hubiera atravesado entre los ojos.

Por supuesto. Por supuesto que no quería Silverspires, quería París: una ciudad radicalmente diferente donde la magia mandaría y los ángeles cayeran del cielo, donde la vida fuera peligrosa y corta pero mereciera la pena luchar por ella; donde las Grandes Casas, cada una con su propia filosofía y reglas, se enfrentaran por el poder mágico. Quería calles familiares, esas en las que yo había crecido; el ritmo y las reglas de una sociedad de los libros que leía de pequeña – ese extraño cruce entre modernidad y tradición, pero partiendo de la Belle Epoque en vez de la era victoriana.

En aquel momento me paré y me pregunté por qué se habría creado ese tipo de sociedad- y me di cuenta de que la respuesta estaba en la sociedad del siglo XX mirando atrás a una edad de oro; y la razón por la que esto ocurriría sería sencilla : algo catastrófico habría sucedido entre la Belle Epoque y el presente. Desde ahí, parecía casi natural introducir una guerra mágica: en vez de que la Primera Guerra Mundial se disputara entre países, enfrenté a facciones mágicas; la conflagración resultante destrozó profunda e irremediablemente París, demolió Notre-Dame y los Grands Magasins e hizo que el Sena se volviera negro con las cenizas y la contaminación residual de los hechizos.

Y ese fue el comienzo de The House of Shattered Wings. Por supuesto, quedaba mucho trabajo: imaginar las facciones mágicas y por qué llegaron a dónde estaba, cómo la historia y la geografía de la ciudad habían cambiado, trabajos generales de wordbuilding y de limpieza… (por ejemplo, los teléfonos móviles eran incompatibles con la ciudad devastada y su falta de infraestructura, pero necesité dos borradores y un “amable aviso” de mi agente para darme cuenta). Y entonces necesité una verdadera trama donde ocurrieran cosas…

La novela resultante es una mezcla de ambos intentos, y puedo ver claramente piezas de cada uno de ellos: las familias se han convertido en casas, pero las intrigas entre ellas siguen siendo primordiales, una personaje, Philippe, es vietnamita, y está tan fuera de lugar como Hélène lo estaba en mi fantasía urbana. Silverspires se transformó en una casa en vez de una ciudad, la droga hecha a partir de huesos de Caídos la renombré como angel essence, e importé algunos personajes de las historias cortas de Silverspires (Lucifer Morningstar, Asmodeus) tal cual con pequeños cambios para adaptarlos al nuevo universo. Pero del mismo modo, es una novela y un escenario totalmente distintos, con sus propias reglas, su propia consistencia interna y un universo que me parecía vivo, en el que podía acomodar la historia.

La moraleja de la historia es: en caso de duda, ¡destrozar Notre-Dame!

Ya a la venta SuperSonic Magazine 2

Ya está disponible el número dos de SuperSonic Magazine, en el que colaboro. Os diría que las secciones son interesantísimas y los relatos también, pero lo mismo no os fíais de mí por ser parte interesada, así que pasaos por aquí, compradlo y juzgad por vosotros mismos.

Aquí tenéis los contenidos y la portada:

Portada de Alfred Portátil

Editorial
“Escamas” de Alastair Reynolds
Mutatis Mutandis: Voces de arena y escoria
“Kalamazoo” de Daniel Pérez Navarro
Entrevista a Rosa Montero
“Curse 2.0” de Liu Cixin
Alucinadas 2015
Castillos en el aire
Entrevista a Guillém López
“El Mantis” de Alejandra Decurgez
Ficción Científica: Relatos
La resistencia al cambio en la ciencia ficción
“Hot Cross Son” by Steve Redwood
“Off the shelf” by Steve Redwood
Lo bueno, si breve
“A su imagen” de Teresa P. Mira de Echeverría
Reconocimiento digital: Aliette de Bodard
Entrevista a Jesús Cañadas
“El átomo” de Nieves Mories
El chamán, el ritual y el mito en American Gods
Ghostwords con Aliette de Bodard
Mi primer Celsius ¿o era Sidrius?
Ciencia-ficción dura en el idioma de Cervantes
A Publisher’s Mistakes: On Conventions (I)
“Origen” de Ángel Luis Sucasas
China Miéville: el architexto de lo extraño
“La hierba” de Ekaitz Ortega
“The Memory-Setter’s Apprentice” by Alvaro Zinos-Amaro
El año que se rompieron los Hugo
Póker de cómics
Ciencia ficción 101: I am Legend
All your shorts are belong to us
Reseña El círculo de los trece monos de César Mallorquí
Reseña The house of shattered wings de Aliette de Bodard
Reseña A Head Full of Ghosts de Paul Tremblay
Reseña Children of Time de Adrian Tchaikovsky
Reseña Sorcerer to the crow de Zen Cho
Reseña Pronto será de noche de Jesús Cañadas

supersonic2

Reseña invitada : The house of shattered wings

shatteredComo mi reseña del nuevo libro de Aliette de Bodard está “secuestrada” por SuperSonic bajo amenaza de muerte o borrado total del kindle (no sé cuál sería peor), aquí os traigo a Iñigo, que nos da su opinión sobre The House of Shattered Wings. Espero que os guste.

Para ser totalmente honesto debo comenzar esta reseña con dos confesiones que pueden servir al lector a situar la misma. Una: no me gusta la fantasía de magos, hechizos, pócimas, encantamientos y demás folklore; lo detesto. Y dos: me encanta todo lo que escribe Aliette de Bodard. [No me hablen de que son prejuicios, estereotipos, de que hay mucho bueno por ahí… no tengo yo edad de cambiar de opinión a estas alturas. Y lo que me ahorro además]. Pero lo dicho, era Aliette, por lo que, antes de empezar el libro, ya tenía claro el resultado: me iba a gustar, me tenía que gustar, a pesar de ese atrezzo un tanto insustancial (como falto de sustancia).

Así que leí – devoré – la novela. Y disfruté mucho. Ahora, pasadas un par de semanas desde que lo terminé, quizá ha perdido un poco del aura de entusiasmo en el que me dejó envuelto, pero el recuerdo de su influjo es aún de poderoso efecto.

La primera mitad, hasta el episodio del Sena, es extraordinariamente buena, con una ambientación y presentación de personajes primorosos. El estilo sutil y cuidado de la autora, intercalado con esos pasajes deliciosos en los que de Bodard deja escapar su mala baba. Un placer como pocos. Escritura sensible, con una elección de vocabulario que, a mi pobre oído de escaso inglés, y, de no ser por la atmósfera lúgubre que envuelve la historia, me atrevería a describir como colorista, lejos de la gris inmediatez del idioma inglés (comparen la comida típica inglesa con los matices de la cocina de los emigrantes de la metrópoli en las colonias y se pueden hacer una idea de lo que pretendo expresar).

Como primer apunte negativo, en mi opinión se nota demasiado que el libro está escrito a impulsos / saltos, capítulo a capítulo sin excesivo orden, según la vida permitía que fueran saliendo de la imaginación de la autora, para luego agruparlos de la mejor manera posible. Es un modo totalmente válido de trabajo, por supuesto, pero en ocasiones da la sensación de estar cosido con retazos que se tenían guardados esperando la ocasión a ser empleados.

Pondré un ejemplo: en uno de los primeros capítulos se enumeran algunas de las Casas principales, pero no es hasta el comienzo del tercio final de la novela cuando se dan más detalles de éstas y de otras Casas menores. Hubiera sido más coherente en el transcurrir de la historia realizar la presentación de estas Casas menores más hacia el principio, con cualquier pretexto.

Y es éste uno de los mayores problemas que veo yo arrastra la trama; en algunas ocasiones -muchas- la narración es vibrante, pero hay otras en las que no se mantiene el mismo tono, la misma tensión. Falta continuidad. Puede que los efectos de ser una escritora que ha dedicado más tiempo a la ficción corta que a las novelas.

El segundo defecto que achaco a la novela, para mí el principal, es la incongruencia de uno de los personajes principales, Philippe. En ocasiones parece todopoderoso, en otras desvalido, totalmente indefenso. Oh, ¡cuánto sufre! Pero si se le ataca directamente es capaz de defenderse sin demasiado esfuerzo; mucho sufrimiento pasivo-agresivo veo yo en él. En definitiva, no me termino de creer al personaje, me cuesta. Y no hablo de empatizar, sino de que no me desencaje el resto de la narración.

Pero luego, hay otros, como la misma Selene, que me recuerda mucho a la coprotagonista de “En una estación roja, a la deriva”, experimenta una evolución que se percibe como muy natural, y se puede incluso predecir si se ha seguido la obra anterior de Aliette de Bodard. Y esos otros secundarios… qué buenos, esencia de la autora.

También quisiera mencionar algunos detalles menores que, entiendo, Aliette ha trasladado desde su vida real a la historia y que además de no aportar demasiado a la narración, la hacen perder un poco de su magia (perdón por usar esta palabra). Por comentar un par que se me fijaron en la memoria: el pasaje en el que se comenta algo de lo difícil que es encontrar una nueva vivienda (debía ser la época en la que Aliette y su familia estaban cambiado de casa), y otro en el que un personaje (¿Marianne?) perora acerca de las bondades de la aspirina. Marianne, hija mía, ¡que eres la alquimista de una de las Casas más poderosas de París! Son temas posiblemente insignificantes, por supuesto, pero desentonan; y una edición más rigurosa quizá hubiera debido eliminar al no aportar nada y sacarnos por momentos de la historia.

Me he definido en alguna ocasión como lector de primeras mitades, y esta novela encaja perfectamente en mis manías: excelente, memorable primera parte y una segunda que, sin ser mala (ni mucho menos), se deja remolcar hasta el final pudiendo haber sido algo más.

Voy terminando ya. ¿Mi veredicto? Allá cada cual con sus filias y fobias. Yo lo tenía claro desde el principio. La historia es muy poderosa (!), está muy bien escrita, pero con algunos detalles que me han desconectado por momentos de la trama. Quizá la veo también más convencional, sin tanta carga de profundidad como Aliette suele dejar oculta en los cimientos de sus historias y que estallan inesperadamente en el cerebro.

Vuelvo al principio, no soy de hechizos ni demás zarandajas, pero el universo que ha creado Aliette de Bodard en este caso es memorable, lástima de algunos detalles que no permiten que la obra final sea más redonda.

Addéndum: Aliette de Bodard ha tenido la deferencia de regalar un minivolumen con tres relatos a modo de precuela de este The House of Shattered Wings como agradecimiento a las pre-reservas. Para los que lo hayáis leído también, ese segundo cuento (“Paid Debts”) marca en mi opinión el tono perfecto de lo que me gustaría leer en este mundo; es grandioso, pleno.

Estoy segura de que os habrá gustado la opinión de Íñigo. Mi principal temor es que sea demasidado buena en comparación con lo que suelo escribir yo, así que intentaré convencerlo para ponerlo en nómina y que nos siga trayendo sus ideas.

Primer capítulo de The House of Shattered Wings

Uno de los libros más esperados de este año es The House of Shattered Wings, de la fantástica Aliette de Bodard.

Aliette nos ha permitido reproducir aquí el primer capítulo de libro, para que la espera sea aún peor:

Chapter One
The Falling Star

It is almost pleasant, at first, to be Falling.

The harsh, unwavering light of the City recedes, leaving you in shadow, leaving only memories of relief, of a blessed coolness seizing your limbs. Nothing has turned yet into longing, into bitterness, into the cold that will never cease, not even in the heat of summer.

The wind, at first, is pleasant, too—softly whistling past you, so that you almost don’t notice when its cold fingers tear at your wings. Feathers drift off, blinking like forgotten jewels, catching fire and burning like a thousand falling stars in the atmosphere. Some part of you knows you should be experiencing pain; that the flow of crimson blood, the lancing pain in your back, the fiery sensation that seems to have hold of your whole body—they’re all yours, they’re all irreversible and deadly. But you feel nothing: no exhilaration, no relief, not the searing agony of your wounds. Nothing but that sense of unnamed relief, that knowledge you won’t have to face the judges in the City again.

Nothing, until the ground comes up to meet you, and you land in a jumble of pain and shattered bones; and the scream you didn’t think you had in you scrapes your throat raw as you let it out—like the first, shocked breath of a baby newly born into a universe of suffering.

***

It was Ninon who first saw her. Philippe had felt her presence first, but hadn’t said anything. It wasn’t a wish to protect the young Fallen so much as to protect himself—his status in the Red Mamba Gang was precarious as it was, and he had no desire to remind them how great a commodity he could become, given enough cruelty on their part. And Heaven knew, of course, that those days it didn’t take much for cruelty or despair to get the better of them all, when life hung on a razor’s edge, even for a former Immortal.

They’d been scavenging in the Grands Magasins—desperate and hungry, as Ninon had put it, because no one was foolish enough to go down there among the ruins of the Great Houses War, with spells that no one had had time to clean up primed and ready to explode in your face, with the ghosts and the hauntings and the odor of death that still hung like fog over the wrecks of counters and the faded posters for garments and perfumes from another, more innocent age.

No one, that is, but the gangs: the losers in the great hierarchy, the bottom feeders surviving on the carrion the Houses left them. Gangs could be huge, could number dozens of people, but they were fractured and powerless, deprived of the magic that made the Houses the true movers of Paris. And as far as gangs went, the Red Mambas were small; twenty or so members under Bloody Jeanne’s leadership; and Philippe, on the bottom tier of the bottom tiers, just doing his best to survive—as always.

He and Ninon had been under the dome of the Galeries Lafayette, crossing over the rubble in the center—what had once been the accessories department. On the walls were fragments of advertisement posters, colored scraps; bits and pieces of idealized human beings, of products that had long since ceased to be manufactured; and a fragment promising that the 1914 fashion season would be the headiest the city had ever seen: a season that, of course, had never been, swallowed up by the beginning of the war. Ahead were the stairs, blocked by debris; the faces of broken mannequins stared back at them, uncannily pale and expressionless, their eyes shining like cats’ in the dim light.

Philippe hated the Grands Magasins—not that he was as superstitious as Ninon, but he could feel the pall of death hanging over the place, could almost hear the screams of the dying when the petrification spells had struck. Like any Immortal—even a diminished one, far from his home and his people—he could feel the khi currents, could sense their broken edges rubbing against him, as sharp as serrated knives.

“Ninon—”

Ahead, on the stairs, she’d turned back at him, her face flushed with the excitement of it all, that incomprehensible desire to flirt with danger until it killed you. A wholly human thing, of course; and he was meant to be human again, now that he had been cast out of the Heavens; but even as a mortal in Annam he’d just never had that kind of reckless death wish. “We should go—” he’d started, and then he’d felt it.

It was pure and incandescent, a wave of stillness that seemed to start somewhere in his belly and spread to his entire body—a split second when wind ran on his arms and face, and darkness stole across his field of vision, as if night had unexpectedly fallen in the world beyond the dome; and a raw sense of pain rose in him, a scream building in his lungs, on the verge of forcing its way out . . .

And then it was gone, leaving him wrung out, panting on the staircase as if he’d just run for his life across Paris. The pain was still at the back of his mind—a faint, watered-down memory that he would recognize anywhere—just as he would unerringly be able to find its source.

A Fallen. A young one, barely manifested in the world, lying in pain, somewhere close; somewhere vulnerable in a city where young Fallen were merchandise, creatures to be taken apart and killed before they became too powerful and did the taking apart and the killing.

“You okay?” Ninon asked. She was watching him, eyes narrowed. “Not going to go all mystical on me, are you?”

Philippe shook his head, struggling for breath—couldn’t show weakness, couldn’t show ignorance, not if he wanted to survive . . . At last he managed, in something like his usual flippant tones, “No way, sis. This is about the worst place in the world to get an attack of the mystical.”

“Doesn’t mean you idiots wouldn’t get one,” Ninon said, darkly. “Come on. Alex said there was good booty on the third floor, perfumes and alchemical reserves.”

The last thing Philippe wanted to do was go upstairs, or hang around the place any longer than he had to. “And they’ve remained miraculously untouched for sixty years? Either Alex is misinformed or there’s some pretty heavy defenses. . . .”

Ninon grinned with the abandon of youth. “That’s why we have you, don’t we? To make short work of anything.”

“Sure,” Philippe said. He could cast some spells; call on some small remnants of who he had been, drawing from the khi fields around him. He would, however, have to be seriously insane to do it here. But he daren’t protest too much, or too loudly; he was, as Ninon had reminded him, only useful as long as he could provide magic—the conscious, mastered kind, one cut above the lures of angel essence and other adjuncts. When that ceased . . .

He forced himself not to think about it as he followed her upstairs—past landing after deserted landing, under the vacant eyes of models in burned posters, past the tarnished mirrors and the shards of chandeliers. As he had feared, the pain at the back of his mind grew steadily, a sign they were approaching the Fallen’s birth site. Ninon herself wasn’t a witch—the magical practitioners had long since been snapped up by the Houses—but for all that, she was uncannily, unerringly headed toward the newly manifested Fallen. “Ninon—” he said, as they rounded a ruined display promising exotic scents from Annam and the Far East, a memory of a home that was no longer his.

Too late.

She’d stopped, one hand going to her mouth. He couldn’t tell what her expression was, from behind, if it was horror or fascination or something else. As Philippe got closer, he saw what she saw: a jumble of crimson-stained feathers, a tangled mass that seemed to be all broken limbs and bleeding wounds; and, over it all, a gentle sloshing radiance like sunlight seen through water, a light that promised the soft warmth of live coals, the comfort of wintertime meals heated on the stove, the sheer relief just after the breaking of a thunderstorm, when the air was cleansed of all heaviness.

Philippe recovered faster than Ninon. While she still stood, gaping at the vision, he cautiously approached, circling the body with care, just in case the Fallen turned out vicious. But Philippe didn’t think it would.

Close up, the body was a mess: bones broken in several places, not always cleanly; the hands splayed out in abandon, loosely resting above dislocated wrists; the torso covered with blood and unidentifiable fluids. There was no smell, though; no stench of blood or ruptured guts; just a tang to the air, an acridity like a remnant of burning wood. Young Fallen never smelled like much of anything, not until the light vanished. Not until they joined the mortal plane like the rest of their kind.

The face . . . the face was intact, and that was almost the most gruesome thing about the Fallen. Eyes frozen in shock stared at him. The gaze was somehow ageless, that of a being that had endured beyond time, in a City that had nothing human or fragile about it. The cheekbones were high, and something in the cast of the face was . . . familiar, somehow. Philippe glanced back at the mess of the torso, noting the geometry of the chest: this particular Fallen manifested as female.

He hadn’t expected to be so . . . detached about things. He’d thought of a thousand ways she could have reminded him of the Great War, of the bloodied bodies by his side; but in some indefinable way she seemed beyond it all, a splayed doll rather than a broken body—he shouldn’t think that, he really shouldn’t, but it was all too easy to remember that it was her kind that had torn him from his home in Annam and sent him to slaughter, that had gloried in each of the dead, that had laughed to see his unit come back short so many soldiers, covered in the blood of their comrades—her kind, that ruled over the ruins of the city. . . .

“Awesome,” Ninon said. She knelt, her hands and arms bathed in the radiance, breathing in the light, the magic that hung coiled in the air around them. Fallen were magic: raw power descended to Earth, the younger the more powerful. “Come on, help me.”

“Help . . . ?”

Ninon’s hand flicked up; it came up with a serrated knife, the wickedly sharp blade catching the light.

“Can’t carry her. Too much work, and there’s only two of us. But we can take stuff.”

Stuff. Flesh and bone and blood, all that carried the essence of a Fallen, all that could be inhaled, put into artifacts, used to pass on magic and the ability to cast spells to others. He put his hand in the blood, lifted it to his mouth. The air seemed to tremble around his fingers as if in a heat wave, and the blood down his throat was as sweet as honey, warming his entire body, reminding him how it had been when he’d been an Immortal; and a flick of his hands could have transported him from end to end of Indochina, turned peach trees into magical swords, turned bullets aside as easily as wisps of vapor.

But that time was past. Had been past for more than sixty years, turned to dust as surely and as enduringly as his mortal family.

Ninon’s face was bathed in radiance as she knelt by the body—she was going for a hand or a limb, something that would have power, that would be worth something, enough to sustain them all . . . It— the thought of her sawing through flesh and bone and sinew shouldn’t have made him sick, but it was one thing to hate Fallen, quite another to cold-bloodedly do this.

“We could take the blood,” he said, forcing his voice to come back from the distant past. “Use the old perfume bottles to mix our own elixirs.”

Ninon didn’t look up, but he heard her snort. “Blood’s piffle,” she said, lifting a limp, torn hand and eyeing it speculatively. “You know it’s not where the money is.”

“Yes, but—”

“What’s the matter? You feeling some kind of loyalty for your own kind?”

She didn’t need to make the threat, didn’t need to point out he was as good a source of magic as the Fallen by her side.

“Come on, help me,” she said; and as she lifted the knife, her eyes aglow with greed, Philippe gave in and pulled his own from his jacket; and braced himself for the inevitable grinding of metal against bone, and for the Fallen’s pain to paralyze his mind.

***

Selene was coming home to Silverspires when she felt it. It was faint at first, a chord struck somewhere in the vastness of the city, but then she tasted pain like a sharp tang against her palate.

She raised a hand, surprised to find she’d bitten her tongue; probed at a tooth, trying to see if the feeling would vanish. But it didn’t; rather, it grew in intensity, became a tingling in the soles of her feet, in her fingertips—a burning in her belly, a faint echo of what must have been unbearable.

“Stop,” she said.

There were four of them in the car that night: two of her usual guards, Luc and Imadan, and Javier, the Jesuit, the latest of several incongruous additions to the House. He had volunteered when Selene’s chauffeur fell ill. She’d found him in the great hall, stubbornly waiting for her, his olive skin standing out against the darkness of his clothes; and had simply gestured him into the car. They’d hardly spoken a word since, and Selene hadn’t probed. Like the rest of the motley band that constituted the House, Javier would open in his own time; there was little sense in trying to nudge or break him open—God knew Selene had had enough experience, by now, of what it meant to break people. Morningstar had taught her well, from beginning to end.

“What is it?” Javier asked.

Selene raised a hand to silence him, seeking the origin of the magic. Young, and desperate; she’d almost forgotten how that tasted, how bittersweet it all was, that mixture of bewilderment and pain that came just after the Fall.

West, in the ruined blocks that had been the great department stores and the great hotels before the war, their names like a litany of what had been lost: the Printemps, the Galeries Lafayette, the Hôtel Scribe, the Grand Hôtel . . . West, where the House of Lazarus still stood. And if she could feel it, so could every other Fallen in the vicinity; and perhaps their pet mages, too, if they had the right artifacts or were pumped up on essence.

Needless to say, Selene did not approve of essence.

“We don’t have much time,” she said to Javier. “It’s an infant Fallen, and it’s in trouble.”

Javier’s face was pale, but set. “Tell me where.”

“Right,” Selene said. “Left at the next intersection.”

The car moved smoothly under Javier’s hands—though of course there was nothing smooth about it, and the battered and old metal carcass ran as much on magic as it did on expensive fuel.

Left, straight ahead, right, left. It was in her bones now, a dull vibration, a vague hint of something red-hot and searing, something that would overwhelm her, given half a chance.

Ahead was the dark mass of the Galeries Lafayette: the dome had miraculously survived the war and everything thrown at it, but the insouciant crowds that had once filled the shops at the beginning of the twentieth century, marveling at hats and brocade robes, sitting in droves in the tearoom and reading rooms, were all gone. It had been sixty years, and none but the insane would enter the Galeries now.

The insane, or the powerful.

“Park here,” Selene said, pointing to a somewhat clear space among the rubble. She glanced at the shadows; there were people there, the lost and the Houseless, but they wouldn’t move unless Selene showed weakness of some kind. Which wouldn’t happen. She was old enough by now to know the rules of the city, and not foolish enough to leave her car unprotected. Anyone who attempted to open it after they were gone would get a nasty shock as a warning, and incineration if they persisted.

“Here?” Javier asked, slowing.

“Yes. Come on, there isn’t much time.” She could feel the pain and the fear, the way they were building up, faster and harder than they should have.

Which meant only one thing.

Someone was trying to hurt the Fallen. In her city, within her reach.

She didn’t think. Without pausing to check if Javier was following, she strode under the dome and onto the vast stairs, vaguely feeling rubble shift and crumble under her feet. The pain and the need were within her, rising—a sharp, short stab followed by agony that would have doubled her over in pain, but her wards took the brunt of it, leaving only anger, only fear. . . .

Magic was building within her—drawn from the House, from the city and its river blackened by ashes, from the devastated countryside that surrounded them all beyond the wastelands of the Periphérique, layer after layer of gossamer-thin spells, not as powerful as they had once been. But she was old and canny, and forged into a weapon by her master, Morningstar, and what she’d lost in power she more than amply made up in skill. The pain in her mind receded, to be replaced by white-hot anger; so that, by the time she reached the third floor and saw, among its shattered counters, the two people crouching in the unbearable radiance of a newly manifested Fallen, her thoughts were as clear and as sharp as glass blades.

“You will stop,” she said in the silence.

They looked up, both of them: a girl no older than fifteen or sixteen, her face coated with grime, her malnourished frame making her seem even younger; and a boy of perhaps twenty, dark-skinned, narrow-eyed—an Annamite, by the looks of him—and then she saw the blood splayed on their hands and on their clothes; and the blades they’d been using to saw two fingers loose from the Fallen’s shattered hand.

That was the fear she had felt—waking up, fuzzy and disorientated after the Fall, still struggling to adjust to a bewildering world; and finding only pain and the slow, excruciating sawing of a knife against her hand. . . .

“You will stop,” Selene said again, coldly. “Now.”

The girl laughed. Her lips were stained with blood and her high-pitched voice was all too familiar, the voice of someone drunk on strange and unaccustomed power. “Or what? You’ll make me? I don’t think you can. You’re old and scarred and the magic doesn’t sing to you anymore.”

“Ninon—” the boy said—no, not a boy. Selene had been mistaken; he must have been older, twenty-five or thirty. He was breathing heavily, his pupils dilated; but apart from the blood, nothing about him indicated he’d consumed the flesh of the Fallen. Or perhaps he was merely more experienced. Either way, she was the real danger: the leader, the hothead.

Selene threw a thread of magic, intending to pick up the girl and fling her aside from the prone Fallen—but Ninon laughed, and the power buried itself among the shards of glass from perfume bottles.

“Told you,” she said. “My turn.”

What she sent snaking toward Selene was brutal, undiluted, with the potency of a wildfire, its heat as scorching as the naked sun—and somewhere in its heart was the pain and hurt and betrayal of being cast out from the City, as raw as open wounds. Selene had to take a step back while she wove and rewove furiously, knitting her wards so that the magic, instead of shattering them, was guided until it buried itself into the floors of the Galeries.

Fallen blood. Fallen magic. Stolen magic, hacked away in a rush of pain, the same pain that was now at the back of her mind like a coiled snake.

That upstart girl would never steal again.

The young man was tugging at Ninon’s sleeve now, his face twisted in panic, though Selene could still hear his exhausted panting. “Please. You can’t go up against her. Not for long. She’s House, Ninon.”

Ninon turned and threw him a withering glance, opening her mouth for some scathing retort. Selene didn’t wait. She gathered all that she could, pulling in from the ghosts of the Grands Magasins, from Silverspires and the throne where Morningstar had once sat, from the mirrors and water basins where witches strove to recreate glimpses of the City—and sent it, not toward Ninon, but toward the floor. It left her hands, a barely distinguishable tremor, a pinpoint that became a raised line, and then a rift across the faded ceramics tiles that would tear the girl apart.

She had no pity. Not tonight, and certainly not for people who fought for the right to dismember Fallen as if they were cattle.

Too late, Ninon saw it. She turned away from the young man and, raising her hands, tried to absorb the magic as Selene had done. But she was untrained; and the light of the magic left her face, the little flesh and blood she’d consumed burning like wastepaper in a hearth—her face twisted as she realized that she didn’t have power anymore, that she didn’t have time to find more, that it was going to hit whatever she did. . . .

“Get out!” Ninon screamed to the young man, in the split second before the rift was upon her.

There was no time left. None at all, and the young man was still there by her side as the rift hit, and the light flared so brightly that even Selene had to avert her eyes. She braced herself for the impact, for the wet sound of bodies twisted past endurance, for the gouts of blood to join the Fallen’s on the floor.

Instead . . .

It was like nothing she’d ever felt: a stillness, a quiet like the eye in a storm, a slow, delicate weaving that drew, not on the ghosts, not on the City, but on something else entirely. The rift stopped, inches from the young man, who stood with his hands open and sweat glistening on his face, his hair raised on his scalp. For a moment—a brief, sharp moment that etched itself indelibly in Selene’s mind—he seemed to hold the weight of her spell in his hands, the whole of her fury and her anger—and then he opened his hands and it was gone, harmlessly snuffed out.

A witch, here? Why hadn’t he—?

She had little time for introspection. Time seemed to resume its normal flow; the young man crumpled like a puppet with cut strings, lying bathed in the Fallen’s radiance. The girl, Ninon, stood for a moment, looking at him, looking at Selene; and then she spun on her heels and ran.

Selene made no movement to stop her. Ninon was hardly worth the trouble, and in any case it was all she could do to stand.

“You’re a fool,” Javier said gruffly, coming up behind her.

“You felt it?”

Javier shook his head as he moved to survey the wreckage. “Credit me with a little perception. You can’t draw on this much power and hope it’ll suffice to end fights. You usually don’t get a second chance of casting that kind of spell.”

“With amateurs, it usually suffices,” Selene said absentmindedly. She looked at the young man again. There was nothing special about him, no tremor of recognition racing up her arms. He was clearly no Fallen. But no witch—even high on angel essence, even with the most powerful artifacts of a House at her disposal—should have been able to do anything like this.

Her gaze moved, at last, to the Fallen. A young girl, black-haired, olive-skinned, sharp-featured, looking for all the world as if she’d just come from Marseilles or Montpellier. In the brief interval, her innate magic had had time to start healing the worst of her broken bones, though neither her wings nor the two fingers she’d lost would ever regrow. There were rules and boundaries set on the Fallen: the bitter cage of their existence on Earth that they all learned to live in.

“I heard from Madeleine,” Javier said. “She’s on her way with a couple helpers. Should be there in a couple minutes.”

“Good,” Selene said. “Go and prepare the car, will you?” She looked again at the young man, at the foreign features of his face. Annamites were a familiar sight in the city: they were citizens of France, after all, albeit, like all colonial subjects, second-rate ones. Emmanuelle, Selene’s lover, manifested as African; but Emmanuelle was a Fallen who had never left Paris in her life. Whatever the young man was, he was not and had never been a Fallen.

“As you wish,” Javier said. “I’ll send you the helpers to pick her up.”

Selene shook her head. “Not just her. We’ll have two passengers this time, Javier.”

She didn’t know what the young man was, but she most definitely intended to find out.

Excerpted from The House of Shattered Wings © Aliette de Bodard, 2015

Y ahora, intentad no morir de envidia:

WP_20150617_006