Con las lecturas del año pasado me di cuenta de que una parte nada desdeñable de lo leído pertenece al género romantasy, algo que me sorprendió pero que luego, con más reposo, vi que tenía mucho sentido. En la fantasía actual hay mucha tendencia a incluir tramas amorosas, a usar el enemies to lovers y en general, a dar más importancia a las relaciones interpersonales. To Cage a God es un buen ejemplo de esto.
Elizabeth May le da un barniz imperial ruso a su fantasía asemejando su mundo a los últimos años de los zares de Rusia. Es por lo tanto algo previsible parte del desarrollo de la historia, aunque la parte mágica sí que es más original. El poder que ostentan las clases más altas deviene de su relación con los dioses que habitan sus cuerpos, encarcelados de forma hereditaria. Resulta también interesante el paralelismo con la hemofilia de las familias reales de la época, que se refleja también en este mundo fantástico. Somos testigos de la magia y de la crueldad de la emperatriz en el primer capítulo, cuando asistimos a la destrucción de un pueblo entero en un ataque de ira.
Por otra parte, los rebeldes también han llevado a cabo sus experimentos mágicos y han conseguido que dos personas tengan un dios en su interior y puedan ejercer la magia, sin haberlo heredado genéticamente. To Cage a God nos irá mostrando la lucha de poder entre ambos estamentos.
Lo que parece ser muy interesante al principio, pronto se desinfla. Los personajes aparecen muy acartonados, y las relaciones entre ellos son previsibles en exceso. La trama está muy centrada en el palacio y la infiltración que llevan a cabo los rebeldes es, cuando menos, peregrina. La lectora del audiolibro, Sofia Engstrand, hace lo que puede, pero es que el material de partida es bastante pobre. Me temo que hay una acumulación de clichés importante y aunque reconozco que pueden resultar de interés las tramas amorosas, a mí me han dejado bastante fría. Tampoco es que se pueda destacar mucho la prosa de la autora. Es un libro perfectamente prescindible.