Dejamos las puertas de Fantástica Ficción abiertas para recibir a Cristina Jurado, que en una serie de artículos nos va a exponer algunas consideraciones del propio Banks sobre la Cultura.
“Antes que nada, vaya por delante más importante: la Cultura no existe realmente. Solo es una historia, que existe en mi mente y en la mente de los lectores”. De esta forma comienza “Algunos apuntes sobre la Cultura”, que Iain M. Banks escribió en 1994 y que publicó en su nombre Ken McLeod en rec.arts.sf.written. Yo he tomado como base su transcripción en http://nuwen.net/culture.html. El artículo intenta explicar al neófito las particularidades de este constructo, utilizado por el escocés como escenario para una serie de diez novelas que comienza con “Pensad en Phlebas” (1987) y finaliza con “The Hydrogen Sonata” (2012), y que intentaremos resumir en el presente texto.
1. Oportunidades de la vida en espacio
Hace 9.000 mil años se estableció en nuestra Galaxia una federación de civilizaciones llamada la Cultura, compuesta por ocho especies humanoides con sus correspondientes tecnologías, que conviven con un gran número de formas de vida diferentes. La dilatada historia de dicha federación comprende la aparición y desaparición de imperios, numerosas olas de colonizaciones, guerras cruentas, épocas oscuras para algunas civilizaciones y renacimientos para otras, periodos de construcción y destrucción, etc.
En las novelas de Banks, la Cultura comprende los siguientes tipos de civilizaciones:
-Una docena con capacidad para realizar viajes espaciales.
-Cientos de civilizaciones menores.
-Decenas de miles de especies que potencialmente pueden adquirir dicha capacidad.
-Incontables que la tuvieron y que, o bien han desaparecido, o se han replegado en sus mundos por razones desconocidas.
La Cultura florece en una galaxia relativamente tranquila, aunque esté rodeada de otras civilizaciones que hayan alcanzado la madurez. Para Banks, su historia y estructura vienen determinadas por la naturaleza del espacio en sí mismo. El desarrollo de cada nación de la Cultura se articula alrededor de las características del territorio que ocupa, por lo que la evolución y mentalidad de la especie que lo habite estarán vinculadas siempre a su tierra, se encuentre ésta en un planeta, en una nave o en un hábitat artificial.
Para el escocés, sobrevivir en el espacio requiere de hábitats y/o naves que sean prácticamente autosuficientes. Cualquier intento por parte de una entidad organizada de imponer su autoridad y ejercer su poder chocará con los intereses de cada sociedad. La anarquía, por tanto, es casi inevitable.
En un planeta, cualquier oposición a la autoridad impuesta se traducirá en conflictos armados tras lo cuales, el mundo permanece. En el espacio, un ataque puede suponer la destrucción total de la nave o hábitat artificial en cuestión, imposibilitando su contribución económica a la entidad que intenta ejercer su dominio.
Las pérdidas humanas y materiales en el espacio son mucho más evidentes por tanto, aunque también es cierto que cualquier intento de rebelión es más fácil de poner en práctica en una nave que en un planeta. Banks también señala que, de acuerdo a la peculiar dialéctica de la disidencia, a cualquier hegemonía –exceptuando las más represivas- le resulta prácticamente imposible eliminar todo rastro de rebelión en naves o hábitats artificiales. La insurrección en el espacio, según esta lógica, se da con más facilidad que en la superficie de un planeta.
Banks nos acerca al punto más vulnerable de la historia de la Cultura, en el que los sofisticados mecanismos de control de los poderes hegemónicos chocan contra la ingenuidad, las capacidades, la solidaridad y la valentía de los hábitats y naves rebeldes. Lo interesante es que el autor deja entrever que a esta fase se ha llegado ya con anterioridad y que las hegemonías vencieron en su momento, asumiendo que se trata de un movimiento cíclico en el que las fuerzas represivas necesitan vencer en cada ocasión y los elementos subversivos necesitan triunfar una sola vez.
A este argumento se le suma la naturaleza de la vida en el espacio, la vulnerabilidad mencionada anteriormente. Si naves y hábitats son capaces de independizarse con mayor facilidad los unos de los otros y con respecto a sus hegemonías, sus tripulaciones o habitantes siguen siendo conscientes de la dependencia que mantienen entre sí y con la tecnología que les permite vivir en tal entorno hostil. Tanto la propiedad como las relaciones sociales en asentamientos espaciales se desarrollarían de manera diferente a como lo harían en un planeta. Un entorno inherentemente hostil requiere que exista una coherencia social interna en cada nave y hábitat, que contrasta con la informalidad de las relaciones de dichos dominios entre sí. En otras palabras: socialismo interno y anarquía externa.
A continuación, el escocés realiza un apunte socioeconómico propio y defiende que la economía planificada es más productiva (y por tanto, moralmente más deseable) que la economía de mercado que, según él, ejemplifica lo que llama ”evolución en acción”: el modelo “pruébalo-todo-y-comprueba-qué-funciona”. Se trata de un sistema de gestión de los recursos bastante satisfactorio y hasta cierto punto moral, en tanto no se cuestione que las criaturas dotadas de consciencia puedan ser tratadas en su seno como otro recurso más.
El hecho de que la humanidad coloque este sistema profundamente mecanicista (y en ese sentido, perversamente inocente) por encima de cualquier otro valor o consideración moral, filosófica o política, es una muestra de su inmadurez intelectual y una especie de maldad sintética. Nuestra inteligencia, capaz de mirar hacia delante más allá de la próxima mutación agresiva, puede fijar metas a largo plazo y puede trabajar para conseguirlas. Mientras que el mercado brilla, la planificación resplandece y llega a las metas fijadas con coherencia y efectividad.
El autor reconoce que lo que se echa en falta en las economías planificadas de nuestro planeta es la participación continuada, íntima y decisiva de la ciudadanía a la hora de especificar los objetivos, así como a la hora de diseñar e implementar los planes que los pondrán en práctica.
Hay lugar para el margen de error y la suerte en cualquier plan y el grado en que esto puede afectar a las funciones de una economía diseñada democráticamente sería uno de los parámetros a establecer. La información almacenada en bibliotecas e instituciones ha superado la que reside en nuestros genes. En solo un siglo de la invención de la electrónica hemos conseguido duplicar un proceso que se tardó billones de años en culminar. De la misma manera, podremos un día abandonar una economía de mercado a favor de la creatividad rigurosa de la planificada.
La Cultura, por supuesto, se encuentra más allá de ese punto, inmersa en una economía que forma parte intrínseca de la sociedad y que sólo se ve limitada por la imaginación, la filosofía, los usos y costumbres, y la idea que el mínimo desperdicio es elegante. Se trata, en definitiva, de una especie de conciencia ecológico-galáctica unida al deseo de generar belleza y bondad. Al final, como siempre, la práctica eclipsará la teoría.
Cristina Jurado Marcos escribe Más ficción que ciencia, un blog sobre ciencia ficción y fantasía. Licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universidad de Sevilla, y con un Máster en Retórica de Northwestern University, actualmente cursa estudios de Filosofía por la UNED. Se considera una viajera incansable después de haber vivido en Edimburgo, Chicago, París y Dubai, donde tiene su residencia actual. Sus relatos han aparecido en revistas digitales de sci-fi y en diversas antologías del género y su primera novela Del Naranja al Azul fue publicada en 2012.