Tenía muchas ganas de que me gustara Destroyer of Light, porque partía de una premisa interesante que me recordaba en cierto modo a la obra de Tade Thompson, con aliens y telépatas y con una referencia a la mitología griega que tampoco es que le viniera mal.
Sin embargo, me ha sido imposible disfrutar de la lectura, de hecho he estado a punto de abandonarla, por una cuestión personal. Y es que gran parte de la evolución de la protagonista está basada en la cantidad de violaciones que sufre a manos de casi cualquier hombre que pasa cerca suya y me ha resultado tan repugnante que ha empañado el resto de la novela. Quisiera entender que la autora pretende reivindicar estos hechos para hacer justicia, para poner en negro sobre blanco lo que muchas potencias colonizadoras hicieron y hacen, pero para mí ha sido demasiado.
El libro tiene varios puntos de vista que se van entrelazando, pero los capítulos no siguen una estructura lineal, ya que van dando salto temporales hacia delante y hacia atrás que no facilitan la labor de lectura. Hace falta prestar bastante atención con cada cambio de capítulo para saber quién está hablando en cada ocasión, aunque el propio capítulo indica el lugar y el momento.
La obra expone bastantes ideas interesantes, como el uso de un planeta que por su dinámica celeste solo puede albergar la vida en una estrecha franja ecuatorial, la colonización que tuvo lugar sin apenas terraformar o la presencia de aliens que son capaces de moverse en más dimensiones de las que los humanos percibimos. Todo el libro es un alegato sobre el desigual reparto de recursos y las consecuencias que acarrea, el abuso de poder de los primeros en llegar que condena a la miseria a los segundones, por llamarlo de alguna manera. Esta reivindicación es muy acertada, pero como ya he dicho, mi incomodidad creciente en la lectura me ha impedido tanto disfrutar del libro como poner en valor sus cualidades, que sin duda alguna posee.
Lamento profundamente no poder recomendarlo, pero este libro no es para mí.