Me hubiera gustado más este libro si no me estuviera recordando constantemente a A Memory Called Empire a medio cocer. El mensaje anticolonialista y las muestras de lo que significa la apropiación cultural están muy presentes en todo el relato, pero resuelto de una manera tan inocente como poco creíble.
Durante todo el libro seguiremos los pasos de Enitan, una habitante de Ominirish, la república colonizada por el sagrado imperio Vaalbaran. Su relación con la gobernadora Vaalbaran la convierte en una privilegiada respecto a sus iguales, pero no la ponen a salvo ni a ella ni a su hermane de las maquinaciones imperiales. El secuestro de su hermane la forzará a realizar un viaje de rescate en el que llegará a lugares que nunca pensó que estuvieran a su alcance.
Las intrigas políticas están a la orden del día en esta space opera descafeinada, con espionaje y agentes dobles, plagado de coincidencias que benefician a la protagonista y con ingentes cantidades de te (no he dicho que esto sea necesariamente malo). Sin embargo, creo que se nota demasiado que es la primera novela de Kemi Ashing-Giwa y que le hubiera hecho falta una revisión más completa para eliminar algún que otro deus ex machina que hace avanzar la trama pero que saca al lector completamente de la lectura, ya que la sutileza en los mensajes brilla por su ausencia. El sentido del ritmo tampoco acompaña al disfrute de la lectura, porque la acción está bastante condensada en el libro y el final es especialmente apresurado, como si la autora de repente tuviera que arreglar todos los temas que había ido sembrando en las páginas anteriores y ya no le quedaran más folios para seguir escribiendo.
En definitiva nos encontramos ante una novela fallida, que apunta temas interesantes y que despierta el interés por las próximas obras de la autora, pero que no cumple las expectativas.