Lo primero que me llamó la atención de The bone flower throne fue el escenario en el que tiene lugar. No conozco mucho las culturas precolombinas pero después de leer y disfrutar enormemente Obsidian and Blood, me quedé con ganas de más y aquí vi mi oportunidad.
Los libros se parecen en este aspecto y en alguno más, como que la presencia de los dioses es real, al alcance de la mano. No sé si este parecido es debido a que ambas autoras formen parte del grupo Written in blood, pero lo cierto es que el resto de la novela transcurre por otros derroteros, algo menos interesantes para mí.
La narración, en primera persona, nos lleva desde la infancia de Quetzalpetlati, única hija del rey Mixcoatl. Como no tiene hermanos varones, la sucesión del trono de su padre está en peligro, de forma que se decide casarla a muy temprana edad con su primo Black Otter. No obstante, mediante la intercesión del dios Quetzalcoatl, su madre queda embarazada de Topiltzin, que se convertiría en heredero al trono. Sin embargo, diversas intrigas palaciegas acaban con los dos hermanos en un exilio del que les será difícil volver.
La historia, como podéis notar, es bastante tópica. Si bien es cierto que la autora se ha basado en mitos y leyendas toltecas, el desarrollo es muy común. Lo más destacable es el acercamiento respetuoso a las costumbres de estos pueblos y la exposición de la mitología tolteca, algo que me ha encantado.
La novela, por otra parte, flojea en el desarrollo. Existen intervalos temporales bastante largos de los que no sabemos nada. Por ejemplo, los diez primeros años de vida de Topiltzin se omiten directamente, se salta directamente a su juventud, aún a sabiendas de los riesgos que supuestamente debería estar corriendo por ser aspirante al trono en el exilio.
Sin embargo, el principal escollo para mí durante la lectura fue el supuesto influjo arrebatador de la protagonista. Y es que no hay hombre, ni mujer, que no caiga rendido a sus encantos, tanto es así que a veces parece que los distintos personajes se encuentran en una carrera cuyo único objetivo es yacer con Quetzalpetlati. Me resulta difícil asimilar tanta belleza acumulada, algo a lo que ni siquiera un dios puede resistirse.
No quiero acabar con una nota tan negativa, es cierto que estoy interesada en ver cómo desarrolla T.L. Morganfield la siguiente entrega de la trilogía. Solo espero que esta vez el desarrollo de la historia no esté basado primordialmente en la tensión sexual alrededor de la protagonista.