Seguimos sumergiéndonos en la Cultura gracias a la ayuda de Cristina Jurado. La primera parte la podéis leer aquí y la segunda aquí.
4. Historia cíclica
La historia de la saga de la Cultura se estructura en etapas cíclicas. En algunas, el hombre ha mantenido una estrecha relación con las máquinas, mientras que en otros momentos ha predominado su interés por los avances en la ingeniería genética. Las historias narradas en las novelas, que datan desde 1300 AD a 2100 AD, se enmarcan en una época más clásica en términos tanto en las relaciones entre máquinas y humanos, como con respecto a las posibilidades de las manipulaciones genéticas.
La Cultura también se pliega a las modas en este sentido y puede volver a épocas en las que la gente vivía en el ciberespacio o en las que la ingeniería genética generaba sub-especies morfológicas. Restos de esas tendencias se encuentran presentes en toda la federación de forma que cualquiera de sus habitantes incluye los resultados de dichas alteraciones en sus genes: se trata del signo más fiable de pertenencia a la Cultura.
Gracias a la ingeniería genética, el humano medio nacerá sano y con una inteligencia significativamente mayor que su herencia genética básica. Un filtro que protege contra la formación de coágulos y la cicatrización sin úlceras son dos de las alteraciones mencionadas en la saga, por ejemplo. Las mayores transformaciones en los ciudadanos de la Cultura radican en:
-Un sistema inmune optimizado de nacimiento.
– Sentidos mejorados.
– Estar libre de defectos o enfermedades hereditarias.
– Contar con la capacidad para controlar los procesos autónomos y el sistema nervioso (el dolor se puede “apagar”).
– Sobrevivir y recuperarse de heridas que, de otro modo, acabarían con la vida o mutilarían a la persona para siempre.
La mayoría de la gente nace con glándulas modificadas situadas en su sistema nervioso central que secretan en el flujo sanguíneo componentes para alterar los sentidos bajo demanda. Otra gran parte de los ciudadanos de la Cultura han transformado sus órganos reproductores para aumentar el placer sexual. La ovulación es un proceso voluntario en la mujer y el feto puede, hasta una cierta fase de su desarrollo, ser absorbido, abortado o mantenido en un punto estático también a voluntad. Es posible cambiar de sexo a través de un proceso auto-administrado que dura aproximadamente un año. El consenso en el seno de la Cultura dicta que cada persona dé a luz a un hijo a lo largo de su vida. En la práctica, la población crece lentamente.
Conocer qué se experimenta practicando sexo desde cualquiera de los dos géneros o ser capaz de emborracharse, drogarse e intoxicarse solo con pensarlo (en la Cultura no se producen efectos secundarios desagradables ni se cae en la adicción) podría parecernos un mero anhelo satisfecho caprichosamente. En parte lo es, pero se trata de una de las fuerzas más poderosas de la civilización y una de sus funciones más importantes: deseamos vivir más tiempo, de manera más cómoda, con menos ansiedad y más diversión, y con menos ignorancia y más conocimiento que nuestros ancestros.
La capacidad para alterar el género de la persona y la química del cerebro, sin recurrir a tecnologías externas o a ninguna opción previo pago, desempeñan funciones más serias en la Cultura. Una sociedad en la que es relativamente fácil cambiar de sexo comprenderá que un género está mejor tratado que otro. Los individuos tenderán a adoptar ese género cada vez más y la sociedad presionará hasta que se produzcan los cambios necesarios para reducir las desigualdades y se llegue a un cierto equilibrio entre sexos, así como a una paridad numérica. De igual manera, una sociedad en la que todo el mundo es libre de permanecer drogado la mayor parte del tiempo comprenderá la importancia de trabajar para que la realidad sea mucho más apetecible y, desde un sentido peyorativo, menos mundana. De una manera implícita se deja entrever que, a través de este tipo de mecanismos de auto-corrección, la Cultura alcanzó un estado de cierta estabilidad hace miles de años y se mantiene en una secuencia de equilibrio relativo que durará miles de generaciones.
En cuanto a las generaciones, los humanos de la Cultura suelen vivir entre tres y medio y cuatro siglos. Después de la infancia y la adolescencia, el paso a la edad adulta los lleva a envejecer muy lentamente durante unos trescientos años, tras los cuales empiezan a decaer con mayor rapidez y finalmente mueren.
Desde el punto de vista filosófico, la muerte es considerada como parte de la existencia y nada, ni siquiera el universo, perdura para siempre. La muerte se entiende como algo natural, algo que da forma a la vida. La sepultura y la cremación no son formas desconocidas a la hora de deshacerse de los cuerpos, aunque la manera más habitual de realizar un funeral incluye que el fallecido, rodeado de sus amigos, sea visitado por un “Dron de Desplazamiento”. Utilizando una técnica que permite la transmisión cuasi-instantánea a través del hiperespacio de una singularidad inducida desde un lugar remoto, se extrae el cuerpo de su último lugar de descanso y se deposita en el núcleo de una de las estrellas importantes del sistema. Las partículas que componen el cadáver comienzan así un viaje de millones de años hasta la superficie del sol en cuestión, en la que brillará mucho más tarde del final de la historia de la Cultura.
Nada de este procedimiento es obligatorio (de hecho, nada en la Cultura lo es). Algunas personas optan por la inmortalidad biológica, otras hacen que su personalidad sea transcrita a una IA y mueren felices sintiendo que continuarán existiendo en algún lugar. Hay quien permanece en suspensión inanimada para ser despertados en tiempos más interesantes o una vez cada década, cada siglo, cada eón, o bien en intervalos de tiempo crecientes exponencialmente, o cuando parece que algo diferente va a suceder.
5. Naves
Las naves de la Cultura, las que realizan viajes interplanetarios, son constructos conscientes. Sus Mentes son IAs muy sofisticadas que trabajan en el hiperespacio aprovechando la velocidad de la luz y que tienen la misma relación con el chasis de la nave que un cerebro humano con su cuerpo. La Mente sería la parte más importante del vehículo, estando el resto compuesto por los sistemas de trasporte y de apoyo a la vida. Tanto los humanos como los drones independientes (aquellas AIs que no son androides y que disponen de una inteligencia equivalente a la humana) no son necesarias para el funcionamiento de las naves, siendo el suyo un status intermedio entre ser pasajeros, mascotas y parásitos.
Los vehículos más grandes, aparte de algunas obras de arte y ciertos Excéntricos, son los VGSs o Vehículos Generales de Sistemas de la sección Contacto (el servicio de la Cultura que se ocupa de descubrir, catalogar, investigar, evaluar e interactuar con otras civilizaciones). Se trata de naves muy rápidas que pueden llegar a medir varios kilómetros, habitadas por millones de personas y máquinas. La idea que subyace a estas construcciones es que son representante plenos de la Cultura, con todo lo que eso conlleva. Todo lo que la Cultura conoce, cada VGS lo conoce también. Asímismo, cualquier cosa que la Cultura pueda realizar en cualquier lugar puede hacerse desde y por cualquier VGS. En términos de información y tecnología, representan el último recurso, actuando como fragmentos holográficos de la Cultura, son una parte que actúa como el todo .
Las capacidades de una VGS son las mismas que las de un estado o, incluso, las de un planeta. Contacto representa una pequeña parte de la Cultura y el ciudadano medio en raras ocasiones tiene la ocasión de encontrarse con un VGS u otra nave asignada a esta sección. Habitualmente la gente utiliza cruceros, naves de pasajeros interestelares que trasportan personas de un hábitat a otro o que permiten visitar sistemas, estrellas, nébulas, agujeros y otros territorios. Este tipo de turismo responde a una moda a largo plazo: la gente viaja porque puede, no porque tenga que hacerlo. Podrían permanecer en sus hogares y pretender que visitan lugares exóticos a través de la llamada Realidad Virtual (RV), o enviar un constructo de sí mismos en una nave que experimentara por ellos e incorporara los recuerdos más tarde.
Después del perfeccionamiento de la tecnología RV, la cantidad de turismo físico disminuyó sustancialmente. Durante el tiempo en el que las historias de la saga se desarrollan (sin contar la etapa de la guerra Idirana) sólo una décima parte de los ciudadanos de la Cultura optarían por viajar por el espacio.
Cristina Jurado Marcos escribe Más ficción que ciencia, un blog sobre ciencia ficción y fantasía. Licenciada en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universidad de Sevilla, y con un Máster en Retórica de Northwestern University, actualmente cursa estudios de Filosofía por la UNED. Se considera una viajera incansable después de haber vivido en Edimburgo, Chicago, París y Dubai, donde tiene su residencia actual. Sus relatos han aparecido en revistas digitales de sci-fi y en diversas antologías del género y su primera novela Del Naranja al Azul fue publicada en 2012.