Continúan las aventuras de Murderbot, que han tenido muy buena acogida entre el público y que tiene prevista hasta cuatro entregas de las que os hemos ido informando puntualmente.
En esta ocasión, la protagonista necesita hacer auto-stop para llegar a una estación determinada para proseguir con sus investigaciones sobre su pasado. La forma de conseguir que la lleven es muy 3.0, ya que compra su pasaje dejando acceso a sus recursos audiovisulaes a la inteligencia que pilota la nave. Vamos, como si te dejo mi clave del Netflix mientras compartimos viaje. Pero lo que en un principio puede parecer una simple transacción comercial deviene en una relación más profunda, con un invitado que en muchas ocasiones roba el protagonismo a la propia Murderbot. Y es que ART, este nueva inteligencia artificial que conocemos, es muy distinta. Para empezar es mucho más inteligente, pero es menos “humana” en el sentido de que no posee la capacidad de empatizar, o al menos no la ha desarrollado. Necesita estudiar las reacciones de Murderbot para entender el entretenimiento multimedia que ha conseguido. Este aprendizaje se convierte en un tema recurrente en el libro. Pero sus otras capacidades compensan de sobra estas carencias. Hay veces que es capaz de robar los planos más importantes que deberían haber sido terreno de Murderbot, así de potente es el personaje.
La historia en sí es más normal. Con el humor irónico del que hace gala Wells en la saga, Murderbot es capaz de hacernos reír sin pretenderlo, con sus interpretaciones un tanto peregrinas del pensamiento humano. Ayuda a un grupo de trabajadores a intentar recuperar parte de su trabajo aunque sabe que se encaminan a una trampa, pero la casi simbiosis que consigue con ART hace el libro muy entretenido de leer.
No pasará mucho tiempo antes de que lea el siguiente, Rogue Protocol.