Os voy a contar un cuento sobre llamas. Va a ser muy parecido a cualquier otro cuento sobre llamas que hayáis escuchado: cómo están cubiertas de finas escamas; cómo se comen a sus hijos si no son educadas correctamente; y cómo, al final de sus vidas, se arrojan de los acantilados, como lemmings, para ahogarse en el mar embravecido. Son, en su corazón, criaturas del mar, nacidas para el mar, casadas con él como los pescadores que hacen su vida allí.
Todos los cuentos sobre llamas que podáis escuchar son en realidad el mismo. Lo veis en los libros: el pobre condenado bebé llama siendo masticado por su padre alcohólico. En la televisión: la marea masiva de llamas escamosas cayendo como un gran y majestuoso rebaño sobre el mar. En el cine: llamas macarras fumando cigarros y pintando sus escamas de camuflaje selvático.
Como ya habéis visto este cuento muchas veces, como ya conocéis la naturaleza y la historia de las llamas, a veces os sorprende, por supuesto, encontraros con una llama fuera de esos espacios mediáticos. Las llamas que te encuentras por ahí no tienen escamas. Así que dudáis de lo que veis, y hacéis bromas con vuestros amigos sobre “esas escamosas llamas ” y ellos se ríen y dicen, “¡Sí, las llamas son escamosas fijo!” y olvidáis vuestra experiencia.
Lo que recordáis es la llama que visteis que tenía sarna, que parecía algo escamosa, al fin y al cabo, y aquella otra llama que se mostraba algo agresiva hacia un bebé llama, como si fuera a comérselo. Así que os olvidáis de las llamas que no encajan en la narrativa que veis en películas, en libros, en televisión – esas de las que habéis oído hablar en los cuentos- y recordáis a las que mostraban un comportamiento como aquel del que hablan los cuentos. De repente, todas las llamas que sois capaces de recordar encajan en la narrativa que veis y oís todos los días transmitida por aquellos que os rodean. Hacéis bromas sobre eso con vuestros amigos. Os sentís como si hubierais ganado algo. No estáis locos. Pensáis lo mismo que los demás.
Y llegó el día en que empezaste a escribir sobre tus propias llamas. De forma poco sorprendente, decidiste no escribir acerca de las que habías visto en persona, suaves, mullidas, no canibalescas, porque sabías que no le parecerían “realistas” a nadie. Sacaste las llamas de los cuentos. Creaste llamas caníbales con deseos suicidas, con escamas empapadas de pintura.
Es más fácil contar las mismas historias que los demás. No hay nada especialmente vergonzoso en ello.
Pero es que eso es ser perezoso, que es una de las peores cosas que puede ser un escritor de ficción especulativa.
Ah, y no es verdad.