Esta novela es la conclusión de Infinity Gate y quizá por las buenas sensaciones de su lectura esperaba demasiado de Echo of Worlds, que sin llegar a ser para nada una novela “mala”, sí que falla al intentar construir la conexión con el lector y su empatía hacia los personajes que van mostrándonos su vicisitudes. Y es que, con el potencial de mundos casi infinitos ante él, Carey opta por una solución bastante facilona, a mi entender.

Es muy llamativo el comienzo de la novela, con un ente que no se identifica pero que parece que jugará un papel primordial en el desarrollo de la trama. Pronto lo dejará de lado, para centrarse en el variopinto grupo que se unió en la primera novela para tratar de impedir que la guerra entre los humanos y las máquinas llegue a un punto de no retorno. Y aquí es donde empiezan los problemas. El grupo está condenado a entenderse pero se pierden en vericuetos y “misiones secundarias” que solo inflan la novela sin aportar sustancia. El objetivo que persiguen de conocer a la Masa Madre, algo que buscan con más interés que el más abnegado de los panaderos, en realidad no sirven para nada en el devenir de los acontecimientos y los pasos intermedios no van acumulando tensión ni conocimiento, se sienten bastante prescindibles.
Estos problemas de ritmo desaparecen cuando vamos llegando a la conclusión final, pero por desgracia tampoco me convence el uso de un deus ex machina de manual para arreglar un conflicto que se expandía por innumerables mundos y que ha causado bajas imposibles de cuantificar. El autor nos ofrece una interesante perspectiva sobre el transhumanismo, apoyado en un poquito de tecnojerga para suavizar el impacto, pero al final deja que el conflicto se solucione desde el exterior de una manera un tanto inocente.
Es posible que mi experiencia como lectora de ciencia ficción haga que sea cada vez más difícil sorprenderme y de hecho Carey no lo ha conseguido en esta ocasión. Quizá en la próxima habrá más suerte.