No negaré que leí este libro impulsada por la polémica que se desató en redes cuando se anunció tanto su publicación como su adaptación televisiva. Lo cierto es que a pesar de lo desafortunado del nombre, el libro no se parece a la serie española homónima por lo que al menos parte de esas críticas eran infundadas. Nada de viajar al pasado para ir cambiando cosas y mantener la línea temporal, toda la novela se narra en el mismo futuro cercano asediado por el cambio climático y los refugiados. Otro cantar es que ojalá se pareciera, porque la obra de Kaliane Bradley es muy mejorable en diversos aspectos.
La idea de la que parte la novela es que tras “descubrir” (en una forma muy en línea con la tendencia británica a quedarse con lo que se encuentra) una máquina para viajar en el tiempo, el gobierno británico decide extraer a cuatro personajes del pasado cuando están a punto de morir y traerlos al presente para ver si sobreviven, si influyen en el continuo espacio-temporal y en general, para experimentar con ellos. Estos cuatro personajes tendrán asignado un enlace, un bridge encargado de ir enseñándoles el mundo actual y algo de historia, pero de una manera sosegada y medida para no provocar crisis.
Aunque los viajeros en el tiempo como digo son cuatro, el libro está muy centrado en solo uno de ellos, un explorador del ártico llamada Graham Gore, del que se nota a la legua que la propia Kaliane Bradley está enamorada. Todo el libro gira alrededor de la relación de Gore con su bridge y aunque en principio podríamos pensar en la novela como una comedia romántica con los típicos malentendidos de una pareja que se atrae pero que no se conoce, la autora no deja de lado las conspiraciones y las luchas de poder.
Por desgracia, el conjunto no acaba de cuajar. La trama amorosa es tan previsible que clama al cielo y en cuanto a los viajes en el tiempo, brillan por su ausencia. Hay una parte dedicada al espionaje y al robo de secretos, pero no os engaño si os digo que se basa más en la inocencia y en la inutilidad de los funcionarios asignados al departamento correspondiente que a la perseverancia y la astucia de los saboteadores.
No negaré que el choque cultural entre los cuatro expatriados (por no decirle extiempados), sobre todo al principio del libro, tiene cierta gracia, como por ejemplo la difícil asimilación de la caída del Imperio Británico, la liberación de la mujer y muchas otras temáticas, pero este recurso del chiste facilón se desgasta con demasiada rapidez como para aguantar toda la novela.
A expensas de conocer cómo será la adaptación, he de decir que la novela basa más su fama en la polémica creada que en sus virtudes intrínsecas, pues no deja de ser una más del montón.