En esta segunda entrega de la saga tolteca de la autora TL Morganfield, nos encontramos a Quetzalpetlatl y su hermano Topiltzin ya en el trono que era suyo por derecho, ejerciendo además de sumos sacerdotes del culto del dios Feathered Serpent.
Sin embargo, la situación dista de ser estable. El juramento realizado por Quetzalpetlatl, que le impide unirse carnalmente a su amado hace peligrar la sucesión del reino. Los peligros acechan alrededor, bien por maniobras políticas de los supuestos aliados o bien por los seguidores de los cultos a otros dioses, tolerados pero no alentados. Su decisión de disminuir el número de sacrificios humanos no es del gusto de todos los dioses, siempre deseosos de sangre.
Con este punto de partida, el libro prometía algunas escenas muy interesantes. La autora ha guardado lo mejor para el final, que se convierte en una sucesión de impactantes revelaciones que modifican el curso de la historia. Sin embargo, el camino para llegar a este desenlace es tortuoso y me temo que en ocasiones aburrido.
Hay algunos hechos que salvan este desarrollo. Las relaciones maternofiliales están descritas con sinceridad extrema, incluso el temor al parto que en aquella época era una lucha contra la muerte. El desarrollo de la magia también es curioso, es algo que se debe practicar y que agota las reservas físicas de los usuarios, debiendo saciar su sed con sangre.
Otros aspectos no me han gustado tanto. Diría que en algunos momentos las relaciones interpersonales rozan lo folletinesco, con amoríos y declaraciones propias de una novela de Corín Tellado. Y la obsesión por poseer a Quetzalpetlatl continúa, aunque en esta ocasión si acabamos descubriendo razones para ello.
Si se consigue sobrepasar el tedio que provocan algunos capítulos y llegar a la resolución final, no me cabe duda de que se querrá continuar con la saga hasta verla finalizada.