¡Por fin! Por fin he leído un libro de Linda Nagata que me convence. Probablemente sea debido a que sus últimos trabajos han derivado hacia la ciencia ficción militarista, un subgénero que no es de mis favoritos, pero siempre me parecía que le faltaba algo a esta autora para convencerme. Sin embargo, con The Bohr Maker, a pesar de no estar exenta de fallos, el final de la película ha sido muy distinto.
Siempre me ha llamado la atención el uso de la biotecnología en las novelas de ciencia ficción, ya que parece un camino verosímil hacia el futuro de la humanidad. En este caso, el “objeto de deseo” sobre el que gira toda la novela es la posesión del llamado Bohr Maker, una obra maestra de la nanotecnología que permite la modificación del propio cuerpo para adaptarse y autoevolucionar, si se me permite la expresión. Ya sea para utilizarlo o para destruirlo, todos los personajes del libro pelean por él, menos la receptora, que se encuentra inmersa sin comerlo ni beberlo en esta lucha de poder.
El principio de la novela es un poco sorprendente, porque Nagata nos coloca en un escenario donde no parece haber nada de tecnología. Y digo parece porque de soslayo nos muestra una avance que haría las delicias de cualquier ecologista actual, algún tipo de nanomaquinaria que transforma toda la contaminación de los ríos en alimento para los humanos.
También me parece muy conseguido la idea de interactuar con otros seres humanos a través de una presencia “fantasmal” en sus cerebros. Poder viajar entre localizaciones cambiando de cuerpo y utilizar a otros seres, no necesariamente humanos, como “porteadores”. Aunque estas ideas ahora no resultan tan originales, en un libro del año 95 no eran conceptos tan trillados.
Sin embargo, lo que más me interesa de la novela es su situación temporal. La narración nos deja en un punto anterior a la Singularidad, que se vislumbra en el futuro pero que el gobierno intenta impedir a toda costa. Y es que trabar el desarrollo y la investigación en la tecnología es como ponerle puertas al campo, una labor fútil condenada al fracaso. Más aún cuando la propia policía hace uso de esta tecnología para impedir los delitos. Nagata utiliza de una forma muy inteligente la hipótesis Gaia para explicar la resistencia al cambio de una parte de los humanos, escudándose en la inteligencia de la propia Tierra para compensar los desvaríos de sus hijos, al tiempo que da voz mediante el primer posthumano a los abanderados del cambio. La novela es un diálogo con argumentos a favor y en contra de esta evolución.
Los personajes, aunque bien caracterizados y perfectamente distinguibles, adolecen de falta de empatía. Phousita sí es capaz de despertar sentimientos en el lector, pero los demás son demasiado fríos y cerebrales para conseguirlo. Cumplen su función perfectamente de exponer las ideas de la autora, pero en conjunto se les notan un poco los hilos con los que los va moviendo Nagata, con unas transiciones poco naturales y cierta ofuscación con sus obsesiones personales.
Un libro definitivamente recomendable, uno de los mejores de este #leoautorasoct en el que estoy embarcada.