En esta segunda novella del Apollo Quartet Ian Sales nos ofrece otra variación sobre la carrera espacial, en esta ocasión el hombre llega a Marte, pero lo que se encuentra allí hace que el Colonel Bradley Elliott (que debería haber sido recibido como una estrella mediática al estilo del desfile de Neil Armstrong, “Buzz” Aldrin y Michael Collins) sea retirado del programa espacial y pase a las fuerzas armadas, donde podrá ser controlado con mayor facilidad.
Y es que en este caso el artefacto que se encuentran permite el viaje más rápido que la luz, con todas las implicaciones subyacentes, como poder visitar otros mundos hasta el momento inalcanzables.
La historia está narrada en dos líneas temporales pero ambas bajo el punto de vista de Elliott. La parte de ciencia ficción hard es impecable, como el autor acostumbra, aún teniendo en cuenta que el origen del viaje FTL no se explica, al igual que The Bell no se explicaba en la entrega anterior. No es de extrañar que haya sido nominada al premio Sidewise de historia alternativa. De hecho, he tenido que releer varias veces el final para estar segura de haberlo entendido bien.
La parte emocional y el desarrollo de los personajes, sin embargo, es menos profunda. Quizá sea debido al tono íntimo y personal con que el protagonista narra la historia, pero los demás personajes palidecen ante su lucha interior entre el amor que siente por su esposa y la pasión por su trabajo. O puede que este contraste sea algo buscado por el autor al colocarnos en ese determinado punto de vista.
Es difícil entrar en más detalle sin caer en los spoilers, así que no lo haré. Solo quiero resaltar que por la disposición de la historia (supongo que intencionadamente), es posible que la parte final pase desapercibida a muchos lectores, ya que el autor ha situado una coda después del glosario de términos. Sería una verdadera pena, ya que esas pocas páginas dan sentido completo a todo el relato.
Y vosotros, ¿esperais con impaciencia como yo la siguiente entrega “Then Will The Great Wash Deep Above”?
Una respuesta a «The eye with which the universe beholds itself»