Adam Roberts es un escritor muy inteligente, algo que es evidente leyendo sus libros, sus ensayos o incluso sus tuits. A veces esta inteligencia juega en su contra, porque parece que le gusta regodearse y expandirse en alguno terrenos que no aportan profundidad a la novela.
No obstante en The Real-Town Murders, juega con la ventaja de una estructura clara, el tipico misterio de asesinato imposible en una habitación cerrada. Las reglas del juego novelístico están claras y estas asunciones facilitan mucho al lector fijarse en otros detalles, de los que The Real-Town Murders está plagado.
Para empezar, es apabullante la manera con la que el autor juega con el lenguaje. Inventar la palabra myrmidrone para referirse a un robot centinela delata su formación clásica, pero no deja de ser una solución ocurrente para evitar palabras aburridas. Y Roberts ha decidido que en su novela no haya palabras ni frases aburridas.
El humor es un elemento más en la historia, desde la referencia pop más chusca (porque no me lo imaginaba yo escuchando Umbrella de Rihanna) al juego de palabras más rebuscado y oscuro. Cada pocas frases hay un reto, una trampa. Esto da mucha vitalidad a la lectura y la cuenta atrás constante a la que se enfrenta la protagonista también acelera la trama.
Hay imágenes que se te quedan clavadas en la retina, especialmente esos acantilados de Dover transmutados en Monte Rushmore literario.
Y sin embargo esta envoltura exquisita en ocasiones, burda en otras y en general llamativa es efectiva como medio de narrar una historia de futuro cercano. La crítica del autor se centra en las estructuras burocráticas y en sus luchas de poder, pero no deja títere con cabeza tampoco respecto a nuestra inusitada dependencia de las redes sociales y de otros métodos para acceder al conocimiento. En muchas ocasiones en los diálogos se pierde información si algunos de los contribuyentes no está conectado a la red para captar todas las referencias. Me he sentido especialmente reflejada en esta parte, con los juegos de palabras que no era capaz de entender a la primera y para los que tenía que recurrir a internet. También ataca certeramente a las engañosas campañas publicitarias y al marketing soterrado que todo lo envuelve, hablando de cambiar nombres de ciudad para hacerlas más atractivas.
Tengo más libros por ahí pendientes de Adam Robert, como Bete, Ejército Nuevo Modelo y algún otro. Creo que voy a volver a acercarme a ellos después de esta grata experiencia.