The Warrior es la continuación de The Coward y también el final de la historia de Kell. Tras los sucesos acontecidos en la primera entrega, Kell es rey de Algany, pero pronto alguien de su pasado volverá para reclamar deudas pendientes y lo cambiará todo.
No quiero entrar mucho en la trama porque inevitablemente llevaría a destrozar la experiencia de lectura del primer libro, así que he pensado que será mejor hablar de las sensaciones que me ha dejado The Warrior.
La última obra de Stephen Aryan es pausada y melancólica, dividida en dos narraciones que tienen distintas velocidades merced a un truco del escritor, pero que le sirve para ralentizar una de las tramas y acelerar la otra de una forma poco sutil para alcanzar un clímax unificado. Precisamente por el uso de este recurso, la impresión en la lectura es que la parte del león se la lleva la trama “ralentizada” mientras que de la trama “acelerada” solo veremos algunos atisbos.
Se trata de una novela eminentemente triste, de pérdida de oportunidades y derrotismo, del fin de una cultura que se encuentra con una amenaza interior a la que no es capaz de hacer frente, una sociedad en la que el pesimismo ha hecho tanta mella en las personas que ya casi ni viven, solo deambulan esperando el final. La pequeña chispa de rebeldía que suponían los actos de dos miembros de esta sociedad se consideran actos de locura imperdonables. Esta sensación de inevitabilidad está maravillosamente conseguida a lo largo de las páginas, pero también hace que la lectura sea morosa y lenta en demasía.
A algunos de los personajes que ya conocíamos de la primera entrega se une dos nuevos que tienen un papel muy desigual en la trama de la novela. Mientras que Odd y sus torturados orígenes gozan de gran importancia, la presencia de Yarra es casi testimonial. No digo que no cumpla su papel, pero parece mucho menos elaborada que Odd, a quien llegaremos a comprender en su ansia.
Como la primera novela, en esta ocasión también asistiremos a un viaje con un objetivo en mente, si bien esta vez no estará tan claro y las dificultades del camino serán mayores, no solo por la orografía del terreno en sí, si no por las luchas interiores que habrán de sobrellevar los miembros de la expedición.
He comentado que había dos puntos de vista en la novela, pero también es cierto que se le da poca importancia a la trama de Sigrid, a pesar de su relevancia en el aspecto político de los Cinco Reinos. Me hubiera gustado que se hubiera desarrollado en mayor profundidad, porque solo asistimos a pequeñas pinceladas del destino que le aguarda a la reina y podría haber sido más interesante centrarnos en ella.
El final, aunque satisfactorio, me parece un poco acelerado.
En definitiva, se trata de un libro de fantasía más lento y melancólico de lo habitual, que puede servir como contrapunto frente a otros autores que se vuelcan más en la acción y en la velocidad de la historia.